SABER SUFRIR ES SABER VIVIR

10 Dic., 2022

¿Que no podía llorar Cristiano Ronaldo después de que Portugal fuera eliminada por un Marruecos implacable en los cuartos de final en Qatar? Claro que sí. ¿Que no podía pasar completamente de aceptar los respetuosos saludos de los jugadores marroquíes al terminar el partido, y pasar también de saludar a sus propios compañeros y a la afición lusa? ¿Cómo no? ¿Que no podía marcharse solito al vestuario, pasando de todo y de todos? Por supuesto que sí. Pero al final es un comportamiento egocéntrico y antideportivo. Así, por muchos, será recordado este talentoso delantero que ha ganado tantas copas y tantos premios individuales. Es triste ver a un deportista que ha tenido tanto éxito y tiene tantos admiradores terminar su carrera en los Mundiales de esta manera. Y muy triste para sus compañeros y los hinchas de la selección de su país. Pero Cristiano es un atleta que se ha cuidado mucho. Tal vez pueda volver, con 41 años, a jugar un sexto Mundial si Portugal llega a calificarse de nuevo. Y si lo hace, tal vez sabrá apreciar y respetar cada momento que viva en la cancha, juegue mucho o poco, juegue bien o mal, gane o pierda.
Harry Kane y sus compañeros ingleses, por mucho que les haya dolido la derrota ante Francia hoy, supieron asumir de alguna manera la mala suerte que tuvieron al perder un partido reñido contra el vigente campeón, supieron agradecer a su hinchada, al rival, y al fútbol la oportunidad de haber llegado a cuartos de final de un campeonato mundial. ¿Y Messi? Ahí sigue, trabajando para su equipo, peleando por sus compañeros antes, durante y después de cada partido. Presente para lo bueno y lo malo. Seguro que el martes, gane o pierda Argentina contra el potente equipo de Croacia en su semifinal, Messi dará la cara por su equipo, por los hinchas de su selección, y por el rival. Y Modric hará lo mismo, gane o pierda Croacia. Leo y Luca aguantarán el resultado, lo sabrán aceptar.  Es decir, a lo sumo será cuestión de “pobre de nosotros” y no “pobre de mí”, y sabrán tener en cuenta lo grande que es la historia del fútbol por encima del jugador individual del momento. Lo mismo los jugadores de Marruecos y Francia, pase lo que pase el miércoles en la otra semifinal. Es lo que hay. Si uno tiene miedo de perder, no se atreverá a ganar.
V.M.

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“OBVIO PERO…”

15/3/2020

Querido Cuervo o Cuerva,

Espero que estén bien vos y los tuyos. Obvio, pero lo que tenemos que aceptar es que para lograr la inmunidad individual vamos a tener que enfermarnos todos con este Coronavirus tarde o temprano o, si tenemos la suerte de evitarlo por suficiente tiempo, ser inoculados el año que viene cuando se haya creado una vacuna. Hasta entonces hay que tener todo el cuidado posible para no ser contagiados y, sobre todo, para no contagiar a otros, especialmente a los más viejos y los más débiles en nuestras comunidades.

Abrazo de alas negras,
Viggo

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P.D.:

Por otro lado, el sentido del humor no hay que perderlo nunca. Comparto esto que soñé anoche:

Me desperté con una historia extraña que me preocupó un poco. Era temprano, pero no podía dormir más porque tenía muchas cosas para hacer hoy, y ya muchas cosas en la cabeza a parte de lo que me había pasado durante la noche. Después de unos mates, por fin completamente despierto, recordé el sueño y me reí, dándome cuenta de que no era de ninguna manera una situación actual, real. Le pongo nombre a lo que soñé:

El último sandwich de Messi

Estoy en la casa de Messi, una tremenda mansión que parece ser casi exclusivamente para niños y adolescentes. Los pocos adultos presentes son un par de mucamas andando continuamente por todos lados limpiando y organizando cosas, y tres tipos forzudos que son guardias – hombres grandes y silenciosos que vigilan los jardines y las puertas de entrada. Es una propiedad que se parece a una que podría encontrarse en el acomodado barrio bonarense de San Isidro, con jardín grande y pileta, pero que en realidad está en el centro de Barcelona. Hay pibes de 6, 8, y 10 años, y unos que son adolescentes. Todos se parecen a Messi.  Algunos andan peloteando vagamente mientras unas chicas de 6 o 7 años juegan a la Play. Ellas también se parecen a la Pulga, clavadas las caras, con esa muequita de media sonrisa. Algunos de los que tienen la bocha flotando en el aire todo el rato también juegan a la Play mientras pelotean. Bueno, todos y todas se parecen a Messi, pero al de antes, sin barba. 

Hay muchos cachivaches por todos lados, todos de última generación, y muchas teles y pantallas de todo tipo con partidos de fútbol de todas las ligas del mundo y de mundiales pasados. Otras pantallas muestran dibujos animados, programas de documentación animal, desastres climáticos y películas Marvel. En una de las cuatro teles de la cocina, donde estoy yo ahora, se ve una víbora enorme que está comiendo una zebra desde la patas de atrás. La zebra esta en estado de shock.  En las otras tres teles ponen recientes partidos de fútbol de las primeras divisiones de Argentina, Brasil e Inglaterra. Yo paré para mirar lo que hace la víbora. Messi, volviendo de la despensa con un sandwich de pan blanco con manteca de maní, también se detiene unos momentos para mirar el asesinato lento de la zebra.

MESSI
Es buenísimo ese programa.

Lo miro. Está comiendo el sandwich mientras se rasca el cuello con la otra mano, y entonces, con ese gesto que he visto mil veces en la tele cuando él está jugando para la Albiceleste o el Barça, se la trae a la frente y la mejilla y se frota unos segundos – como si se estuviera preparando mentalmente para ejecutar un tiro libre. Muy serio el gesto, muy breve. Baja la mano, mastica un poco más el peanut butter, y se va de la cocina.

MESSI
Vení.

La zebra palmó. La víbora se tragó casi todo y solo se ven las pezuñas delanteras de la zebra. Sigo a Messi al patio cubierto, desde el que se ve el jardín enorme con muros altos, cubiertos de una hiedra espesa. No se oye nada desde la calle. 

Los chicos y las chicas que se parecen a Messi tiran a un arco chiquito como los que usan los clubes en los entrenamientos de puntería. Nadie quiere ser portero. Todos tiran con la izquierda y casi nunca fallan. Hay una nena de cinco años que los deja sentados a todos y mete un lindísimo gol de cucharita. Messi se mete en el partido un rato. Los niños le dan por todos lados y el hace lo que puede para esquivarlos y quedarse con la pelota. Yo voy a la mesa grande y me siento en una silla de mimbre a mirar como juegan los Messi. Es una fábrica de cracks lo que estoy viendo. Un baile colectivo maravilloso. 

En la mesa hay platos con restos de sandwiches de manteca de maní por todos lados. Hay un frasco enorme de Skippy Peanut Butter, tipo “Super Crunchy” en el centro de la mesa. Está vacío. En una bandeja queda un último sandwich entero y pedacitos de otros sandwiches que no terminaron de comer los chicos. Hay botellas de Pepsi y Fanta por todos lados. También hay un viejo termo con el escudo de Newell’s, y un mate lleno de yerba ya lavada y fría. La bombilla al lado, en la mesa, rodeada de restos de yerba mojada. Una mucama está barriendo el suelo de lozas grandes del patio. Miro el sandwich que queda. No comí desde que llegué hace dos horas por una cosa y otra – nomás al llegar a la casa, Messi me llevó a un cuarto enorme en el tercer piso para ver su museito de camisetas de fútbol, una increíble colección de remeras de selecciones y clubes firmadas por jugadores que son casi pero no tan buenos como Messi. Después miramos en una tablet la escena del reciente documental sobre Maradona en la que su viejo está manejando el asado para la Selección en México durante el mundial de 1986. Se ven unos churrascos enormes en la parrilla, y el papi del Diego suda como loco, pero está muy felíz. Y todavía no sabe lo que se viene, que su hijo va a levantar la Copa. 

Bueno, mientras admiro cómo juegan todos al fútbol en el jardín, agarro el último sandwich de la bandeja y le pego un mordisco enorme. Está perfecto – el pan blanco tierno y fresco, el peanut butter sabroso – crujiente, un poco salado, nada seco. Estoy a punto de comer un poco más y a mis espaldas oigo:

MESSI
Uy…

Muy bajito, tímido suena. Me giro y veo que Messi se ha acercado a la mesa. “Uy…”, repite, aun más bajito. Tiene lágrimas en los ojos, pero insiste en no llorar. Ya es un pibe grande. Le muestro el sandwich, arrepentido.

YO
¿Es tuyo?

MESSI
Sí.

YO
¡Perdoná, no sabía!

MESSI
No importa.

Pero veo en su cara que sí importa. Mucho. Pongo el sandwich en la bandeja.

YO
Te hago otro…

Me levanto.

MESSI
No, dejalo… olvidáte.

Pero la cara de Messi me rompe el corazón; está desolado. Le tiembla el labio inferior. Recuerdo sus lágrimas después de perder la final de la Copa América que se jugó en  los EEUU. Contra Chile, otra vez.

YO
No, sí. Te hago otro.

Y voy corriendo a la cocina. Entro en la despensa. Hay una zona llena de frascos grandes de Skippy Super Crunchy, pero todos están vacíos. Pasa una mucama y le pregunto,

YO
¿Hay más de esto en la casa?

MUCAMA
No. Se comieron el último. Tenés que ir al Big American.

Me doy cuenta de que ella también se parece un poco a Messi.

YO
¿Eso qué es?

MUCAMA
Es como un 7-Eleven, pero más grande, con más cosas. Está cerca de la Plaza Catalunya.

YO
¿Sí? nunca lo ví.

MUCAMA
Está en un sótano debajo del súper el Corte Inglés.

Me doy cuenta de que ella también se parece un poco a Messi.

YO
Dale, gracias.

Salgo por la puerta de entrada de la casa, diciendóle al guardia que voy a por el peanut butter que necesita Messi y que volveré enseguida, y él (se parece un poco al Batman Buticce de 1968) me dice “Dale. Pero tiene que ser tipo ‘Crunchy’ nomás”. Al final vuelvo una hora y pico después porque hay mucho tráfico en el centro. Estuve muchas veces en ese Corte Inglés, pero no sabía que había una tienda Big American llena de comida norteamericana. Salí con una caja de 12 frascos enormes de Skippy Extra Crunchy. De vuelta en la mansión, entro en la cocina y hago un sandwich enorme de Skippy. Lo pongo cuidadosamente en un plato blanco, y entonces salgo al patio a dárselo a Messi. Él y todos los niños que se parecen a él están sentados a la mesa comiendo pizza. Nadie está jugando al fútbol. Messi, que está comiendo un cacho de pizza con pepperoni, me mira. Repara en el platito que traigo, con el enorme y perfecto sandwich de Skippy Crunchy.

MESSI
Estamos con la pizza ahora.

No hay rasgo de la tremenda tristeza que mostró al verme comiendo su sandwich. Como cualquier pibe que se emociona y después se le pasa, ahora está en otra cosa, con otros sentimientos, como si nada.

MESSI
Sentáte y probá. Está buena.

Dudo. No sé qué hacer. Siento que soy un idiota muy torpe.

MESSI
Sentáte nomás.

Lo dice muy tranquilo, amable. Y entonces me regala esa sonrisa de pibe, un poco traviesa. Tomo asiento frente a Messi, pongo el plato del sandwich en la mesa. Messi lo mira y sonríe mientras morfa pizza. Agarro un cacho de pizza margherita, chato y quemado en los costados. Tiene buena pinta la masa. Pruebo. Exquisita. De llorar. Me la como rápido. Es liviana y perfecta, con el punto de tomate perfecto. Messi me mira, mientras toma un trago largo de Fanta, y de repente me doy cuenta de que sabe todo lo que pienso. Sonríe. Tengo que confesar.

YO
Mirá, Lionel…

MESSI
Ya lo sé.

YO
Soy hincha del Real Madrid.

MESSI
Ya lo sé. Y de San Lorenzo.

YO
También.

MESSI
Mejor eso, ¿no?

YO
Y, bueno… por un lado, sí. Cuervo fui siempre.

MESSI
Y,…sí. Comé, comé, que hay mucha, Dale.

Agarro más pizza. Comemos juntos, con el sandwich en el platito ahí al lado, centrado perfectamente en su plato blanco, como una reliquia.

P.P.D.:

Anoche vi el partido del Atlético de Madrid en Anfield, donde los del Cholo Simeone eliminaron al vigente campeón de Europa, el Liverpool de Klopp que muchos llaman el mejor equipo del mundo. Hazaña. Enormes los Colchoneros. La mejor eliminatoria de Champions que he visto en años, más impresionante que la eliminación del Barcelona por el Liverpool el año pasado. Lástima que Florentino vendió a los dos goleadores de la noche, Llorente y Morata.

Llorente después del segundo gol.

Morata deja mudo al Anfield con el tercero.

No sé si el Real Madrid de Zidane podrá ganarle al Manchester City de Pep, pero me encantaría ver una tercera Final madrileña. No es imposible eso.