Cada despertar, cada reencuentro

Viggo Mortensen y Fabián Casas

12/10- 4/11/2014

Querido Fabián,

Se fue Roberto “El Oveja” Telch, una leyenda del Club Atlético San Lorenzo de Almagro. Un caballero dentro y fuera de la cancha, y sin duda el mejor volante de la historia del club. Nuestro “cinco” por excelencia fue cuatro veces campeón con el CASLA, y también jugó para Argentina en el Mundial de 1974.

(Con Babington en el Mundial de 1974)

También jugó para Argentina en 1964, durante la Copa de las Naciones. Entró por Agustín Mesiano en el once inicial después de que este jugador sufriera un violento cabezazo en un partido contra Brasil jugado en São Paulo. Mesiano lo marcaba tan bien a Pelé, que el “10” de la Canarinha se frustró y le destrozó el tabique nasal al defensa argentino con un testarazo descomunal. ¿La FIFA lo sancionó y lo echó del fútbol por unos meses al delantero brasileño, como hicieron con Luis Suárez por su mordisquito en el reciente Mundial? No, señor. En todo caso, ahí en Brasil hace cincuenta años, Telch tuvo su oportunidad con la Albiceleste, y en la final metió dos goles en la victoria por 3-0 contra el equipo de Pelé. En ese momento el Oveja era uno de los Carasucias de Boedo, jugando con leyendas como el Loco Doval y el Bambino Veira. Luego salió campeón como miembro de los inolvidables Matadores en 1968, 1972 y 1974.

(“5” Matador, 1968)

¿Vos lo conociste? Una de las últimas veces que lo vi fue cuando lo llevé en auto a él y al Sapo Villar, su gran amigo y compañero en el equipo de los Matadores, a Lanús para ver un partido. Fue un verdadero placer escucharlos hablar del San Lorenzo actual y de sus experiencias con el club durante los años ’60 y ’70. No lo conocí muy bien al Oveja -solamente pude hablar con él en cuatro o cinco ocasiones- pero me di cuenta enseguida de que era una persona especial, muy atento a los demás y con buen sentido del humor. Era un hombre de aguante, valiente y discreto. Como tantos Cuervos, lo voy a extrañar muchísimo. A ver si San Lorenzo gana el Mundialito en diciembre y se lo dedica a Roberto Telch.

(El Sapo y el Oveja)

Te mandamos un fuerte y eterno abrazo, Oveja.

Viggo.

P.D.:

Acá, con comentario del mismísimo Telch, junto a su compañero el Toscano Rendo, un video de esa gran victoria argentina de 1964:

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(Rendo y Telch en 1968)

P.P.D.:

Esta es una nota interesante sobre La Oveja que apareció en La Nación hace unos quince años:

http://www.lanacion.com.ar/134741-telch-del-futbol-no-me-quedo-nada

Una historia de vida

Telch: “Del fútbol no me quedó nada”

Durante 13 años fue uno de los símbolos de San Lorenzo, en una de las épocas más gloriosas del club de Boedo; a los 55 años, alejado del deporte al que dedicó gran parte de su vida, ahora atiende un comercio para poder vivir

El hombre, de unos 50 años, entra al negocio y sus ojos delatan curiosidad y excitación. Pasan unos minutos hasta que se anima a preguntar: “¿Usted es Telch, el verdadero?”. “Sí, el mismo”, contesta Roberto del otro lado del mostrador de la granja-carnicería que posee a unas cuadras de la estación de tren de Villa Adelina. “Pasa muy seguido, ven el cartel y entran para ver si soy yo, son personas que me vieron jugar y les cuesta creer que ahora esté acá”, dice La Oveja.

Mantiene su característico peinado, por el que Juan Carlos Carotti le puso el sobrenombre. “No es que me peinaba o que quise imponer una moda. Me lavaba la cabeza con jabón y cuando se me secaba el pelo me quedaba así”, aclara entre risas. De pronto, su humor cambia. Está dolido con el ambiente futbolístico y no esconde las razones. “Soy uno de los jugadores de campo con más partidos. No es lo mismo que un arquero, que no corre, no choca tanto. No sé por qué caí en el olvido, no le hice mal a nadie. Cuando Amadeo Carrizo se fue tres años a Colombia yo le saqué el récord, mirá si habré jugado. Pero mi máxima satisfacción es el reconocimiento de la gente. Ahora elogian a los que juegan 50 ó 60 partidos seguidos, yo jugué 624 y pocos lo recuerdan. Hay algunos periodistas que me rogaban para hacerme una nota; el otro día me crucé con uno y ni me saludó. Eso me duele – dice Telch- y menos quiero hablar de los dirigentes.”

Después de tantos años en el ambiente, cuesta creer que no quiera volver al deporte al que tanto le dio; es más, hace unos días volvió a tocar una pelota después de tres años. “Fui a un campo con unos familiares y me convencieron. Hicieron 70 kilómetros para comprar una pelota y no les pude decir que no, pero por ahora no tengo ganas de volver a dirigir. Aparte no creo que me llamen, ya está todo armado, yo no tengo representante… y hay muchos en la cola”, se queja.

Se confiesa como un amante de las plantas; su casa y su negocio así lo demuestran. En sus momentos libres juega pelota paleta en el club Acassuso, pero pasa la mayor parte de su tiempo en la granja-carnicería de la avenida Ader. “Vivo con lo justo…, del fútbol no me quedó nada. Pude comprar dos departamentos que se los di a mis hijos, nada más. En esta época no hubiera jugado tanto. Hay muchos más golpes y es otro ritmo. Me hubiera salvado económicamente, pero bueno…, antes no había empresarios”, señala La Oveja.

Y aparece la nostalgia. Es inevitable la comparación entre una época y otra: “Ahora el DT es más que el jugador. Parece que los técnicos son los que traen los resultados. El trabajo de los entrenadores que vale se hace en la semana, uniendo al grupo, manteniéndolo alegre. Antes, la unión era fundamental; si había un jugador importante y no encajaba con nosotros, o lo sacaban o nos íbamos. Se valoraba al que jugaba muchos años en el club; el histórico tenía mas chapa que el DT. Había mas respeto. ¿Sabés lo que me cuesta entrar ahora al estadio cuando quiero ver a San Lorenzo? No me cobran, pero me hacen esperar como media hora”.

Y sigue con los recuerdos. No puede ni quiere parar de contarlos. “Yo fui histórico, pero no era caudillo, por eso me fui de San Lorenzo. El presidente le entregó un premio al goleador (Héctor Scotta) y otro a la revelación (Oscar Ortiz). Yo era el jugador que mas años estuve en el club y no me reconocieron nada. Les reclamé, peleé por lo mío y no me escucharon”, cuenta con bronca.

SÍ, EL MISMO

Parece mentira que ese hombre de 55 años, que todas las mañanas recorre las calles del barrio en una modesta bicicleta para abrir su negocio, sea el mismo que el 3 de junio de 1964 debutó con dos goles en la selección argentina. Fue nada menos que ante el Brasil de Pelé, en San Pablo, en la Copa de las Naciones. “Fue lo más grande. Entré por Mesiano (Pelé le fracturó el tabique) y convertí dos goles. Tenía 20 años y ganamos 3 a 1”, señala y muestra la camiseta N° 16 que vistió aquel día.

Las fotos y los recuerdos de un pasado de gloria, propios de una figura inalcanzable, contrastan con la imagen de un presente de lucha y necesidades. Carmen, su mujer y compañera de toda la vida, dice que la mayor virtud de Roberto es que siempre fue igual: “Cuando no tenía nada era sencillo; cuando tuvo todo no cambió, y ahora, que no tenemos nada de vuelta, sigue siendo el mismo”.

Y la Oveja le da la razón. “¿Usted es usted?”, pregunta otro hombre. “Sí, el mismo”, repite Roberto Telch mientras sonríe. Al menos la gente lo reconoce.

RIVER, SU PADRE Y EL GASÓMETRO

Son muchas las anécdotas que La Oveja tiene para contar durante la larga charla. Por eso, Telch se zambulle nostalgioso en los recuerdos que marcaron a fuego su vida como futbolista.

“Mi familia es fanática de River. Un día, en el Monumental, jugando para San Lorenzo, yo estaba inspirado. Y mi hermano, que estaba en la platea, me insultó durante todo el partido. Cuando mi sobrino me lo contó lo encaré y se lo recriminé duramente. Se puso a llorar y me dijo: perdoname, pero no dejaste pasar una; sos un h… de p…”.

“A mi padre, Ludovico, no le gustaba el fútbol. A él lo divertía ir siempre al hipódromo; le fascinaban los burros. Me hubiera gustado que alguna vez hubiese ido a la cancha a verme jugar…, pero nunca lo hizo.”

“Cuando tiraron abajo el Gasómetro me quería morir. Tengo una pedazo de tablón de las viejas tribunas que ahora lo uso para picar carne. Una vez sola pasé por ahí, por Boedo, cuando mi hijo estaba en la colimba, y vi que estaban haciendo un supermercado; la verdad es que me dolió mucho y nunca más volví.”

“Cuando debuté en primera división llegué a la cancha en un camión del tío de mi mujer. Era un Ford A, con el que aprendí a manejar. Yo trabajaba en una panadería de noche y a la mañana me pasaron a buscar. Eso da una idea de cómo cambiaron los tiempos.”

“Me costó mucho dejar el fútbol, tardé como un año en acostumbrarme a la vida fuera de las canchas. Durante ese tiempo, me rompía los dedos con un martillo y después me iba a correr 15 ó 20 kilómetros.”

“Con la plata que cobré por mi primer contrato no pude hacer demasiado. No equivalía ni al precio de un auto.”

(Por Hernán Finessi, De nuestra Redacción)

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FABIÁN:

Querido Viggo: ayer lunes fue feriado y pasé un rato por la tarde para ver a mi viejo en su casa. Como siempre que vuelvo de ahí, en auto, vi el hermoso mural de la Oveja o Cordero Telch y se me llenaron los ojos de lágrimas y tuve que parar el auto. El mural es genial, como anticipándose a los acontecimientos, quienes lo hicieron dibujaron y pintaron a Telch  volando sobre el cielo celeste del Gasómetro (así era el cielo del Gasómetro la primera vez que lo vi de la mano de mi viejo, celeste, contra el verde del césped y la melena rubia de Rezza y ¡las hermosas camisetas azulgranas!). Entonces busqué un quiosco de flores, compré unas y las dejé sobre el mural. Descansá en paz, Oveja Telch, crack absoluto del mediocampo Carasucia, uno de los equipos más extraordinarios de los que se tenga memoria: simplemente porque tenían una forma anticapitalista de jugar al fútbol, no tomándose en serio y con la libertad estilística de los niños que juegan y que logran -como decía Walter Benjamin- imaginar sin límites.

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VIGGO:

Sí, es hermoso ese mural. Cada vez que voy a Buenos Aires veo nuevas obras del Grupo artístico de Boedo. Son geniales sus murales. ¿Te acordás del cortometraje “La vida por los colores”, sobre el mártir Cuervo Jacobo Urso? El actor que lo encarna se llama Martín Cutino, y también escribió el guión. Él también está vinculado al Grupo artístico de Boedo, y me manda seguidamente sus fotos de los nuevos murales. Ellos están agregando un elemento muy importante al tremendo patrimonio cultural de nuestro club, y estos murales incentivan aún más su ansiada Vuelta al barrio natal.

¡Fantástica la nota de la revista Jot Down que te pasó el amigo Pablo Strozza! Buen resumen de lo que significan los Carasucias para el hincha Cuervo y para cualquier amante de la historia del buen fútbol. Hemos citado a esa revista española alguna vez en esta columna. Creo que en una ocasión me quejé de un error que publicaron acerca del enano ingenioso de Dinamarca, Allan Simonsen, pero normalmente cuentan historias singularmente hermosas como en este caso sobre los primeros héroes Cuervos de los años ’60. Cuelgo el texto abajo, pero hay que ir al enlace para ver el video que publicaron:

Los Carasucias

Publicado por Rafa Cabeleira

Los Carasucias de San Lorenzo de Almagro. Foto: DP.

En abril de 1965, Victorio Casa estacionó su vehículo en la calle Libertador, frente a la otrora tristemente célebre ESMA, la Escuela de Mecánica de la Armada, sin advertir el aviso que rezaba en una señal cercana: “Rigurosamente prohibido estacionarse. Guarnición militar”. En la radio de su flamante Valiant II comenzaba a sonar «Inolvidable», un bolero de Tito Rodríguez que causaba furor por entonces, y Casa, acompañado por su chica, subió el volumen de la radio. No está muy claro si no escuchó las peticiones de identificación que salían de una de las garitas de la ESMA o, simplemente, confundió los gritos con un asalto y arrancó el coche; el caso es que no tardó en estremecerse al sentir el estruendo de una ráfaga de ametralladora impactando contra el metal y los cristales de su vehículo, y el calor del plomo que le abrasaba el brazo derecho. Victorino, marplatense, futbolista e internacional albiceleste, era el único componente de “los Carasucias” que no contaba con un mote propio todavía: Veira era “el Bambino”, Doval ‘el Loco’, “la Oveja” Telch,  y Areán «el Nano». Desde aquel trágico día de abril, Victorio Casa pasaría a ser conocido como “el Manco”, amputada la extremidad herida apenas por debajo del hombro. Siguió jugando unos años más, con la ayuda de una prótesis, pero ya nunca fue lo mismo. “A los Carasucias les mató el tiro al brazo de Victorio Casa. Les amputaron la alegría y la banda se disolvió”, relata José Antonio Martín “Petón” en su libro El fútbol tiene música.

Narciso Horacio Doval, Fernando José Areán, Victorino Francisco Casa, Roberto Marcelo Telch y Héctor Rodolfo Veira, la línea delantera de la tercera del “Ciclón de Boedo”: los Carasucias. Se les bautizó con este sobrenombre por la correspondencia con los niños que jugaban al fútbol en la calle, siempre acompañados de una doña Florencia que les quiere reñir, como dice la canción de Osvaldo Díaz. Eran desfachatados, revoltosos, geniales, únicos. Una delantera inolvidable y suicida apenas sostenida por otros futbolistas también sensacionales, como “el Toscano” Rendo, Victorio Cocco, “el Tucumano” Albrecht o “el Sapo” Villar, un tipo canijo, casi raquítico, pero que jugaba como los ángeles. Un día, viéndolo aparecer para disputar un partido de la Copa Oro en Mar de Plata, tan flaquito y con su bolsa de deportes en la mano, el Bambino se giró al Toscano Rendo y le dijo “¿A quién traemos aquí?, ¿a Cayetano Saura?”, aludiendo a un famoso jockey del momento. “Pero luego, en la cancha, se la querías dar siempre a él. ¡Cómo la sacaba el Sapito, cómo jugaba! ¡Era una hermosura!”, apunta Veira en otra entrevista.

El Loco Doval se ganó a pulso su apelativo, mucho antes de cambiar el barro del potrero por el pasto de los estadios de la primera. De él se cuenta, por ejemplo, que en los saques de esquina gustaba de sacar de sus casillas a los porteros rivales, como al Tano Roma, el legendario meta de Boca, al que agarraba de las mejillas y decía: «Pero qué lindo que sos, Tano, ¡qué lindo!». Y el Tano, que era estricto como el casco de un portaaviones, se encendía de vergüenza y lo quería matar. Pero además de tipo canchero, de élite tunante, Doval, hijo de emigrantes gallegos, era ante todo un futbolista descomunal. De él llegó a escribir el periodista Manolo Epelbaum que fue a Río de Janeiro «lo que Pelé fue a Brasil y al mundo entero». Y es que Doval, como sus padres antes que él, también hizo la maleta en busca de un futuro mejor y firmó por el gigante de Río, el Flamengo de Zico. Pasador insobornable, frontón que devolvía cualquier calabaza convertida en pelota de gol al primer toque, la hinchada rubropreta se volvió loca con aquel argentino de fútbol y sonrisa fácil, y montó en cólera cuando la planta noble de Gavea decidió venderlo al rival de la ciudad, el Fluminense. «El Gringo», como lo rebautizaron en Brasil por sus ojos claros y su pelo dorado, murió a la salida de una discoteca donde el último baile se lo dedicó a la mujer de Hugo Gatti. Tenía cuarenta y siete años en aquel octubre de 1991 y la Praia da Rosa, en el estado de Santa Catarina, se quedaba huérfana de sus gambetas exageradas y su humor colosal en las tardes de sol demasiado pronto.

Areán, por su parte, era el rey del prêt-à-porter entre los Carasucias. De la extravagancia de su armario salieron algunos de los modelos más memorables que se lucieron en los locales más chic de la época, según apuntaban las crónicas en rosa. El Nano, el nueve mentiroso que se las bajaba del cielo con nata al Bambino y le proponía un escenario más adecuado para desnudar porteros sin acordar tarifa alguna, era un técnico en la cancha, una mente despierta que intuía las situaciones y los espacios mucho antes de que apareciesen. A su regreso de Colombia, donde jugó para Millonarios y también se vistió de «Diablo Rojo», en su paso por el Deportivo de Cali, comenzó una exitosa carrera como técnico, al lado del propio Veira. Solo abandonó el fútbol cuando apareció a reclamarlo una última mujer, pálida, fría e inesperada. Murió Areán, camino de Mendoza para ver jugar a nuevos talentos y reclutar alguno para el club de sus amores, para el Ciclón. «Mi papá murió como le gustaría morir a cualquier hincha de San Lorenzo: trabajando y dando la vida por el club”, dijo su hijo Fernando, en uno de los muchos homenajes que siguieron a un luctuoso 3 de julio de 2011.

“Casita”, era un tipo bajito, muy liviano, que descomponía defensas enteras quebrando rivales a su antojo. Había nacido en el barrio de La Florida, en la incipiente ciudad balnearia, y hasta allí se fueron los técnicos de San Lorenzo para reclutarlo. Era el extremos izquierdo de aquel equipo pues, como él mismo contaba, «había otros diez como el Loco o el Bambi, así que no me quedó otra que ir de once». Veira asegura que algunos goles sentía vergüenza de cantarlos como propios, después de que Victorio regatease hasta los alientos de los cadáveres de la defensa y se la diese en bandeja, para empujar. Tan bueno era que Minella lo convocó para defender a la albiceleste en la Copa de las Naciones de 1964, de la que se recuerda un histórico 3-0 frente al archienemigo Brasil. Solo un año después, el frío corazón de un militar truncaba una carrera con una ráfaga a la que le sobraron veinte casquillos; un solo proyectil desbarató aquel cálculo de futbolista grande, enorme, que trató de estirar unos años más su sueño en el modesto Quilmes de su Mar de Plata natal. Ya retirado, llegó a trabajar incluso en un casino. Murió en junio de 2013, a los sesenta y siete años.

La naturaleza dispersa de sus compañeros de ataque nunca discutió a Telch el honor de rezar para la historia como el más sacrificado de todos ellos; un tipo serio, la Oveja. Hijo de gentes de campo y acostumbrado a trastear, de aquí para allá, con un carro y un matalón, lleno de verduras y hortalizas que compraban y revendían a horarios intempestivos, entre la crudeza de la Argentina rural que a él le tocó sentir y padecer. Decían que corría un pueblo entero durante los noventa minutos de cada partido, y siempre se sospechó que su cara no estaba tan sucia como la de sus otros compañeros. Fue en uno de sus más de cuatrocientos partidos con la azulgrana del Ciclón, y frente al todopoderoso Boca Juniors, cuando el Bambino Veira perdió un balón en medio campo ante «el Rata», Antonio Ubaldo Rattin, y un desesperado Telch le gritaba que corriese, que no se quedase allí parado… «¡Corré vos, que te acostás a las ocho de la tarde! ¡Irrespetuoso!».

Y es que, así era el Bambi. Cuenta Gatti, otro del club de los cuerdos, que a Veira no le gustaba moverse demasiado en la cancha, y que solía acampar en una porción mínima de terreno que apenas abandonaba. Pero si la pelota pasaba lo suficientemente cerca de él para que su mente visualizara factible el esfuerzo de alcanzarla y controlar, entonces estabas muerto. «Yo tenía pasión por la pelota y por las mujeres, y todo no se puede tener… ¡O la luna o el sol!», solía decir para justificar lo que no llegó a ser por causa de su afición a la noche y la dispersión. Se dice que fue un precursor del propio Maradona, y que podía gambetear mientras volaba por la cancha, aunque solo aquellos días en que el cuerpo se lo pedía y la falta de sueño no lo impedía, claro. «Yo, la semana que venía un clásico, y veía a toda la afición, a todo el periodismo… Yo me cuidaba esa semana. Me acostaba temprano, no sé… A la una. ¡Y esa semana era un fenómeno!». Jugaba con las medias bajas porque decía pertenecer al fútbol facha, al fútbol de los guapos, y su relación con los defensas centrales siempre fue algo más que una simple historia de amor. «Andate por los costados, Bambino; en el medio, Vietnam», le dijo un día Moreno Castillo. Oubiña, por su parte, lo llegó a amenazar con tirarlo al río y Rubén Marino Navarro, mucho más explícito, y al que no apodaban «Hacha Brava» por puro capricho, le advirtió de que lo partiría si se volvía a mover. Y lo partió.

Los Carasucias contagiaban una alegría que trascendía más allá del campo, que se imponía por encima del resultado final. Llevaron hasta las últimas consecuencias la máxima de que al fútbol se juega, por pura definición, y quizás por esa razón los estadios se llenaban hasta lo imposible, para comprobar que era cierto que se podían ejecutar caños de ida y vuelta, que las telas de araña desaparecían con tiros libres y que las gambetas estaban hechas de luz y de niebla, en especial sobre el césped del viejo Gasómetro, el primer y viejo hogar de San Lorenzo de Almagro. Allí se forjó gran parte de la leyenda de aquel equipo de artistas desvergonzados que no necesitaron de grandes victorias para ocupar un lugar de honor junto a los otros grandes mitos del Ciclón de Boedo, situados por el cariño de la hinchada a la misma altura que el terceto de oro, aquellos Pontoni, Farro y Martino de los años cuarenta, también conocidos como «los tres Mosqueteros». Escribieron una de las páginas más hermosas del fútbol argentino y llenaron con su encantadora particularidad las charlas de café y de oficina, las sobremesas en familia y la memoria de quienes disfrutaron, o simplemente soñaron, con un fútbol que miraba a la portería contraria como si fuese la mina más linda de todo el cabaret.

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FABIÁN:

Hola Cuervo: Sí, Martín Cutino es un crack, como todos los Carasucias: ver ese equipo o escuchar a mi viejo contar sus hazañas invariablemente me alegra el corazón y me afloja los lagrimales trifulcas (como diría César Vallejo). ¿Viste el partido el lunes? Yo me preparé todo el día parar llegar tranquilo a ese momento. Después de dejar las flores en el mural de la Oveja me fui para casa y me senté frente al televisor para ver el  match. Me gustó la triangulación que se hacía por derecha entre Barrientos, Matos y Kalinski. Me gustó que el Pitu volviera a tener protagonismo y que Enzo la rompiera de nuevo con ese estilo más ofensivo. En un momento pensé que sería genial que los jugadores del CASLA, como la Naranja Mecánica del ’74, no tuvieran roles fijos en la cancha. Que tanto Matos como Enzo o Pichi o Kanemann pudieran asumir cualquier rol en ataque o en defensa. Quería hablarte de Kanemann. ¿Viste la foto en la que alza la Libertadores en el medio del plantel, de los papeles que vuelan propulsados por máquinas y los fuegos artificiales? Bueno, que a pesar de que no jugó mucho en la Copa él se la merecía tanto como los que sí lo hicieron, y que de alguna manera junto a él alzamos la Copa todos los que no nos ponemos los cortos para jugar. Kanemann tiene eso: es real people, la traba con la cabeza, es del club desde inferiores, y metió un gol clave que nos empezó a  salvar del descenso. Creo que ahora con Yepes al lado, tendría que empezar a ganar en experiencia, en mañas, en tranquilidad. Le falta un cambio menos y la rompe, acordate. Ahora se viene el sábado un partido bravo con el Rojo. ¿Te acordás que hace poco te dije que necesitábamos un partido intenso, importante, para ganar y restablecer la esencia copera? Ojalá sea este.

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VIGGO:

Hola , Fabián. Tardo en responder porque sigo de viaje promocionando dos películas, nuestra “Jauja” y la francesa “Loin des hommes”, ahora en el festival de Londres. Aunque estoy cansado después de meses de esta gira mundial para lanzar estas películas, y también la de Hoss Amini, “Las dos caras de enero”, sé que es una responsabilidad importante estar presente para ayudar con el laburo de llamar la atención al trabajo colectivo hecho para crear estos cuentos de cine, especialmente en mi papel de productor. La proyección de anoche de “Jauja” gustó mucho al público, pero estoy un poco agotado de aparecer en público todo el rato. No es lo que más me fortalece. Necesito recargar las pilas. También me siento un poco aturdido, la verdad, después de ver los partidos contra Arsenal (0-0) y la derrota de ayer ante Independiente (1-2). Se puede decir que merecimos más contra  los de Avellaneda, como capaz fue el caso contra Tigre, pero lo de ayer contra el Rojo ya me tiene un poco harto. No se puede simplemente decir que es mala suerte. Hasta el casi siempre fiable Pichi Mercier jugó mal, cometiendo un par de errores increíbles para un futbolista normalmente tan enfocado, fuerte e inteligente. Estas rachas infernales las hemos aguantado tantas veces en nuestras vidas los Cuervos que deberíamos estar acostumbrados, pero después de ganar la Libertadores es terrible tener que vivir este derrumbe. Ya no es una ventaja jugar en casa. Nada parece ayudar a revertir la situación. Prácticamente todo el respeto que ganó el CASLA al ganar la Copa más importante para un club de las Américas se ha perdido durante el último mes. Aunque yo no lo daré por perdido hasta que tenga que aceptarlo matemáticamente, ya es obvio que se nos está yendo de las manos el torneo local. Voy a ir a ver la final del Mundialito en Marrakech en diciembre, pero en este momento no confío que San Lorenzo le pueda ganar a los equipos asiáticos o africanos para llegar a disputar esa copa con el Real Madrid. Espero que se de el milagro, eso sí, pero el Madrid está jugando muy bien en este momento. A pesar de haber vendido a Di María y otros jugadores importantes, y de que la telenovela mouriñana vinculada a la titularidad del gran arquero Iker Casillas siga jorobando al funcionamiento armonioso del club merengue, el equipo llegará fuerte al superclásico contra el Barcelona que se disputará el próximo sábado 25/10 en el Bernabeu. Siempre iba a ser un cuento tipo David v. Goliat un partido entre el Ciclón y el Real Madrid durante los últimos días de 2014, pero ahora parece que podría ser peor que la Masacre de Granada en diciembre de 1066, la más horrible matanza de judíos en la historia de la península ibérica. En ese momento histórico (el mismo año en que los de Normandía, descendientes de vikingos daneses, conquistaron a Inglaterra) una masa de musulmanes entraron a la fuerza en el Palacio Real de Granada y mataron a unas 1.500 familias judías, o sea a casi todos los judíos de la ciudad -unas cuatro mil personas. Fue lo que se considera como el comienzo de los pogromos que han manchado de sangre y vergüenza la larga historia de Europa hasta el día de hoy. Ese día crucificaron al visir judío Yusuf ibn Samuel Nagrela, un tipo rico y poderoso en el ambiente socio-politico de la zona de dominio musulmán Al-Ándalus.

(La masacre de Granada)

Lo que incitó a la violencia masiva a los musulmanes el 30 de diciembre de 1066 en Granada fue un poema escrito por Alfaquí Abu-Ishaq, en realidad una larga diatriba tipo panfleto anti-semita escrito en contra de Nagrela y la población judía que termina así:

“…Llegado a Granada vi que allí señoreaban los judíos. Se habían repartido la capital y provincias; en todas partes mandaba uno de esos malditos. Ellos recaudaban las contribuciones, comían opíparamente, vestían con todo lujo, en tanto que vuestra indumentaria estaba vieja y deteriorada. Todos los secretos del Estado les eran conocidos: ¡qué imprudencia confiarlos a traidores! Los creyentes malcomían a razón de un dirham por cabeza; ellos, en cambio, banqueteaban suntuosamente en palacio.

Os han suplantado en el favor de vuestro soberano, ¡oh musulmanes! ¿Y vosotros no los recusáis, les dejáis hacer? Sus oraciones resuenan igual que las vuestras: ¿no lo oís, no lo veis? Sacrifican bueyes y carneros en vuestros mercados y ¡vosotros coméis la carne que para ellos mismos es inmunda! El jefe de esos monos ha enriquecido su morada con incrustaciones de mármol; ha hecho correr fuentes donde corre el agua más cristalina y en tanto que nos hace esperar a su puerta, se mofa de nosotros y de nuestra religión.

¡Oh, Dios, qué desventura! Si dijera que es tan rico como tú, ¡oh rey!, diría la verdad. ¡Ah! Apresúrate a degollarlo y a ofrecerlo en holocausto; sacrifícale; es un carnero cebón. No perdones a sus parientes y allegados. También ellos han reunido inmensos tesoros. Toma su dinero. Tú tienes más derecho que ellos.

No creas que sea una perfidia matarlos, no; la verdadera perfidia sería dejarles reinar. Han quebrantado el pacto que habían estipulado con nosotros; ¿quién se atrevería, pues, a recriminarte por castigar a perjuros? ¿Cómo podríamos nosotros aspirar a distinguirnos, viviendo en la oscuridad, cuando los judíos nos deslumbran con el brillo de sus grandezas? Comparados con ellos somos objeto de vilipendio, y diríase en verdad que nosotros somos unos malvados y que esos hombres son gente honorable.

No consientas por más tiempo que nos traten como hasta ahora vienen haciendo, pues tú nos responderás de su conducta.

Recuerda que tú también un día tendrás que dar cuenta al Eterno sobre la manera como hayas tratado al pueblo que Él eligió y que ha de gozar de la eterna bienaventuranza”.

Espero que San Lorenzo se haga respetar en Marrakech, porque si no los Cuervos mismos podrían ser capaces de subirlo a un palo y martirizarlo a Bauza. Yo no soy uno de los que le echa la culpa a nuestro D.T. Algo pasa con el colectivo, y no entiendo que capos como Romagnoli, Mercier y Buffarini no hayan podido motivar a sus compañeros de manera consistente. Es raro.

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FABIÁN:

Hola Campeón: Hoy estaba en el bar de la esquina de mi casa, donde trabaja Hugo, un mozo de pelo grueso, morochón, que podría ser protagonista de la primera etapa de los filmes de Lisandro. El tipo es un crack, crío a tres hijos él solo, trabajaba durante el día mucho y por la noche llegaba, les daba de comer, los acostaba y les lavaba la ropa. Creo que es una de esas personas imprescindibles para que el mundo funcione. ¡Yo lo admiro más que a Bob Dylan! Bueno, él me vio junto a vos en un diario y ahí se enteró de que yo era Cuervo ya que nos vio en las fotos de la alfombra roja de Cannes con el cartelito que decía “¡Queremos la Copa!” Hoy se acercó a mi mesa y me dijo: leí en el diario que tu amigo cumple años. Me anoté cuántos cumple para ver si me da suerte en la quiniela. Me acordé de una vez que mi viejo cumplió años y que un amigo le preguntó cuántos cumplía, mi papá -coqueto- se sacó dos años, el tipo lo jugó y perdió porque salió el verdadero número de años de mi viejo. Cuando el tipo se enteró ¡lo quería matar! Así que si Hugo, el mozo, tiene razón,  feliz cumpleaños amigo: ¡es una alegría enorme conocerte! El sábado la llevé a Anita a un cumpleaños y llegué corriendo para poder ver en casa el segundo tiempo. Y no hay caso, el CASLA no arranca. Sin embargo yo sigo teniéndole fe, nunca hay que darnos por muertos. Claro que San Lorenzo tiene vocación ofensiva, pero eso queda en un largo monólogo que no tiene consecuencias para el rival. Fijate que atacábamos sin parar a Independiente pero sin claridad. Y que Yepes -que es un jugador muy experimentado- le dio un pase al delantero del Rojo y terminó en penal. Es decir que perdimos por dar mal un pase y por un gol de tiro libre impecable, inatajable. Y, claro, por jugar sin claridad: San Lorenzo no lastima: se tiene que recuperar Villalba, hay que encontrar al que haga de Piatti. Creo que los dos nueves no van: o juega Cauteruccio o juega Matos. Me gusta Buffa en el medio y Prosperi de cuatro. Pero está terminando el año y supongo que todos estamos un poco cansados y que eso también se está cobrando su factura. ¿Cuándo terminás las giras de promoción?

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VIGGO:

Cuervo querido,

Gracias por lo del cumple. Lo pasé bien. Llegué a Madrid esa misma noche y fuimos a comer sushi con la familia. Ahora estoy de viaje otra vez. Las giras de promoción son eternas, como los malos momentos del CASLA últimamente. Perdona la demora, de nuevo, en responderte. Estos días hago poco más que viajar y hacer entrevistas. Duermo poco.

Seguimos perdiendo, sigue la racha abismal del Ciclón. Lo del codazo de Romero a Kannemann y el gol del Granate mientras el CASLA tenía que jugar con diez para que le atendieran a nuestro jugador… una película de terror. A Romero lo tendrían que haber echado del partido. ¡ELLOS tendrían que haber quedado con diez! Pero, por otro lado, no sé si San Lorenzo es capaz de meter un gol en este momento aunque juegue once contra siete. No jugó bien el equipo, pero Kannemann y sus compañeros siguen esforzándose. Parecería, de lo que voy leyendo, que piensan continuamente en maneras de revertir la mala racha antes del Mundialito. Menos mal. Este fin de semana jugamos el clásico contra nuestros hijos Bosteros. A ver si ahí sacamos un poco de alegría…

Mañana vuelo a México para los Premios Fénix. “Jauja” tiene nueve nominaciones, algo increíble, pero no sé si vamos a tener mucha suerte con eso. Puede que Lisandro gane como director, o ustedes dos por el guión. Veremos.  Lisandro viene también, ¿y vos? Tomaremos unos tragos de tequila en la gran Ciudad de México, y brindaremos por nuestro querido San Lorenzo, deseándole una inmediata recuperación de su buen juego de ataque y gol.

Vi el Clásico de España entre el Real Madrid y el Barcelona. Los Blancos estuvieron a mil por hora y también demostraron un juego de toque muy bueno. Tuvieron contraataque y posesión. Creo que este es el mejor Madrid desde el inicio de la era de los “Galácticos” a comienzos de este siglo. La que nos espera en Marrakech… Puede ser brutal, pero a ver si logramos el milagro de todos los milagros el 20 de diciembre. Inch’Allah.

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FABIÁN:

Hola Cuervo: este domingo vimos el partido contra Lanús con mi viejo y mi hermano. Fue un domingo caluroso y pesado y el CASLA no la vio ni cuadrada. Encima se lesionó el Pipi y no sé cómo va a llegar a la final. Siempre es así, parece que San Lorenzo odia el éxito fácil, para disfrutar aún más las victorias. Es como esos momentos instrumentales y ultra paródicos de los temas de Frank Zappa que casi no se pueden escuchar y que dan pie a tramos líricos inolvidables. Ojalá sea así. No voy a México porque nos estamos mudando y Guada entra en su etapa final del embarazo, con lo cual tampoco creo que esté en Mar del Plata para “Jauja”. Acá las noticias del Real Madrid son letales. La están rompiendo, el DT es un genio, son todos hermosos y millonarios y no paran de ganar. A mí en este momento me preocupa el equipo que nos toca antes del Real. Ahí vamos a empezar a subir la cuesta y vamos a ver cómo estamos. El CASLA extraña mucho a Correa y Piatti y también cierta mística que teníamos en equipo. Pero que no nos den por muertos, ¿no?

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VIGGO:

Por favor dale besos a Guadalupe y a Anita. Espero que las cosas sigan bien con el embarazo. ¡Ya no queda tanto! Pienso en los Carasucias, ese fenómeno deportivo-cultural del que hablamos a menudo en esta columna. En 1966 el CASLA terminó cuarto. Todavía se jugaba el torneo largo. Era un equipo potente, pero faltaban un par de años para que se hiciera suficientemente consistente como para llevarse el campeonato. Ese año llegaron Oscar Calics y Carlos Buticce. Buticce venía de Huracán, y antes de Los Andes, y fue nuestro gran portero durante el resto de la década.

(El Batman Buticce)

El Loco Doval todavía no se había ido a jugar para el Flamengo de Brasil. El pibe Héctor Veira metía goles, a pesar de ser flaco y muy trasnochador. A Boca el Bambino le metió cuatro en un partido el año siguiente. El Oveja Telch ya había jugado y ganado el Torneo de las Naciones con la selección nacional, y era el ancla, el ¡No Pasarán! del CASLA. La asunción de Los Matadores estaba por llegar. San Lorenzo no había salido campeón desde 1959, pero se notaba el potencial del equipo. Ser Cuervo en 1966 era un honor y a la vez una carga psicológica, como es serlo en el presente.

(El Loco Doval)

Un domingo de otoño de 1966 vi llorar a mi madre mientras sonaba una composición de piano de Frédéric Chopin. Llovía esa tarde en Buenos Aires, como llueve ahora por lo que vi en la tele. Caían las hojas de los plátanos, la calle estaba muy sola y llena de charcos. San Lorenzo había perdido su partido y yo había apagado la radio para no escuchar ni excusas ni acusaciones de los que habían transmitido o jugado en un partido para el olvido. No recuerdo el equipo que nos ganó. Miré con la compu y pude ver que en esa época, en mayo de 1966, perdimos contra Argentinos, por ejemplo. Pero no sé si fue ese finde.

La lagartija que había traído desde Chaco después de Semana Santa en nuestro Rambler rojo acababa de dejar en mis manos cuatro huevos muy blancos y un poco blandos, como si fueran de goma. No sabía si tenía que hacer un nido, dejar los huevos afuera o llevarlas por todos lados ayudándolas a funcionar con el calor de mi cuerpo hasta que emergieran los bebés. Al final había puesto los huevos en un cacho de pasto revuelto al estilo de un nido y lo había colocado debajo de un rosal recién podado, en una maceta en la terraza de nuestro departamento. Ahí dejé la madre también. Me pregunté si algún gato los agarraría, pero los dejé ahí. Al menos uno de los huevos creo que funcionó, porque luego vi una lagartija chiquita, y no creo que se encuentran normalmente en la capital. Mis hermanos no estaban. Creo que se habían ido a una fiesta de cumpleaños de un amigo de mi hermano Carlitos. Los habían venido a buscar los padres de uno de sus amigos. Cuando se fueron mi mamá y yo compartimos un almuerzo, quizá de milanesa con papas fritas, no recuerdo, en la cocina. Me gustaba tenerla sola, y con el sonido de la lluvia aún más. Cuando llueve nos encerramos, y a veces nos acercamos a otros, por instinto. Creo que mi viejo estaba visitando a un amigo danés en Tigre, pero capaz que estaba de viaje fuera de la provincia. Viajaba mucho para cosas de trabajo.

No sé si fue ese día, después de almorzar, pero recuerdo que ese año mi mamá me llevó a ver una película inglesa muy interesante, “A Man for All Seasons” (“Un hombre para la eternidad”), sobre el martirio de Thomas Moore. Ella me llevaba sólo al cine de vez en cuando, como yo era el más grande de sus tres hijos y ya podía ver películas como “Doctor Zhivago” y “Lawrence de Arabia” de David Lean, “Becket” (con Richard Burton y Peter O’Toole) o “Grand Prix” de Frankenheimer. También vimos pelis argentinas como “Crónica de un niño solo”, la primera de Leonardo Favio, o “Pampa salvaje” de Fregonese, y luego “Martín Fierro” de Nilsson, de la que antes hemos hablado un poco en esta columna. La de Fregonese me pareció muy interesante en ese momento de mi infancia, pero hace un par de años la vi en la tele argentina y me pareció bastante torpe. Sé que Fregonese es una figura importante en la historia del cine nacional, pero esa obra probablemente no era de lo mejor de su producción creativa. Con mis hermanos íbamos a ver películas más infantiles, como la “Mary Poppins” y otras por el estilo. En “Un hombre para la eternidad” me había impactado el trabajo de Paul Scofield, el actor que encarnaba a Thomas More, sin saber que era un trabajo de actor profesional. Recuerdo su voz, la potencia de su mirada. Parecía ser un hombre bueno, pero su cara me daba un poco de miedo.

(Paul Scofield como ‘Becket’)

Después supe que fue un grandísimo actor de teatro. Esta es una grabación de su rendición de “Ser o no ser”, el famoso monólogo de “Hamlet” de William Shakespeare, hecha en los años ’50:

El guión de “Un hombre para la eternidad” era de Robert Bolt, en una versión abreviada de su obra de teatro que también había contado con la presencia de Scofield. Bolt ya había escrito “Doctor Zhivago” y “Lawrence de Arabia” para Lean, y era un guionista mundialmente reconocido y respetado.

(Robert Bolt)

Luego, décadas después, me aficioné y sigo aficionado al trabajo de Maria Falconetti en “La pasión de Juana de Arco” de Carl Dreyer. Esa encarnación de ‘Juana’ tenía esa visión personal que poseen ciertos personajes heroicos, la comunión con las nubes y con la sangre de toda criatura, el aguante durante ese cacho de eternidad que solo nos concede un corto viaje a la noche, tragándonos enteros a los mortales y nuestros diseños efímeros. Esa cosa de resistir, de encararse uno con los tiranos del mundo. Cosa de Cristos, santos y sus madres. A mí -un agnóstico, como mucho, al que le gusta perderse en los bosques y que le pide perdón a cada árbol que tala- siempre me han interesado los que sufren su fe. Siempre me ha gustado entrar en templos y capillas, catedrales y mezquitas, antiguos círculos de piedras, cualquier sitio en el que se ha rezado, en el cual los seres humanos han pedido explicaciones al cielo y a la tierra, y donde se ha creado un espacio para la reflexión. Soy un ser humano y pido de un lugar intangible por la paz y el entendimiento con los que comparto mi rato inquieto sobre este planeta, y soy un Cuervo que a veces le pide ayuda a los árboles y a todo lo salvaje en este mundo para que le vaya bien al CASLA. Esas también son maneras de rezar.

Estaba secándome las manos después de poner los huevos de la lagartija en ese nido que había construido, y oí dos cosas a la vez. Un disco de mi mamá con piezas de piano compuestas por Chopin, tocadas por el joven y guapo músico norteamericano Van Cliburn, con esa dramática foto en la tapa en la que el pianista tejano se parecía a una combinación de James Dean, Warren Beatty y John Kennedy. Mi mamá escuchaba ese disco de vez en cuando, normalmente los fines de semana, domingos en casa como ese, cuando estaba descansando. Ahora cuando escucho composiciones de piano de Chopin siempre pienso en ella, limpiando la casa en su soledad, con una mirada especial, tranquila, algo lejana.

La otra cosa que había oído desde la terraza era un sollozo de mi madre. Dejé la toallita en el baño y me fui silenciosamente por el pasillo, acercándome a la música de Chopin y el llanto cada vez más profundo de mi madre. Me acerqué a la puerta entreabierta del living y arrimé un ojo. Mi mamá, más guapa que Grace Kelly y Julie Christie, estaba acurrucada en el sofá verde, con su falda celeste medio subida. Vi un poco de su bombacha blanca, y que estaba descalza. Las manos tapaban su linda cara, y su pelo rubio amontonado se estaba deshaciendo. El disco sonaba fuerte, y ella lloraba como si le hubieran quitado todo su pasado, todo su futuro. Sonaba alegre el piano, e inconsolable la mujer que me trajo al mundo. Al escribir esto pienso en una cosa de Marcel Proust sobre la sorpresa de ver de una manera nueva a una persona que conocemos bien. Creo que era algo como que cada ser es destruido cuando paramos de verlo, y que su siguiente aparición es una nueva creación, distinta a todas las otras versiones que hemos observado o sentido. La imagen de mi madre llorando como una niña en el sofá, como si fuera mi hermanita menor, fue para mí una sorprendente e inquietante revelación. No entré. No quería molestarla, darle vergüenza. Yo tenía siete años y medio. Si hubiera tenido cuatro o cinco capaz que me hubiera acercado sin pensar y quizá me hubiera puesto a llorar con ella en el sofá. Ya era un pibe grande, y sabía que los adultos tenían sus remordimientos secretos, sus traumas, peleas y desencantos. Además era hincha del Ciclón, ya asumiendo el sufrimiento que ese vínculo social conlleva. Los bajones hay que aguantarlos hasta que resuelvan o desaparezcan.

(Proust)

Veo en la pantallita del avión mexicano que me acerca de nuevo a América que estamos a treinta y tres mil, doscientos veinte y nueve pies de altura. Pienso en los guerreros U.S. Navy SEAL, SAS británicos y otros comandos que se tiran de esta altura de día o de noche en cualquier parte de la atmósfera de nuestro planeta para infiltrar y matar sin piedad en países lejanos y supuestamente enemigos. También pienso en los hombres y mujeres que los militares argentinos tiraron de aviones al Río de La Plata y las aguas frías del mar. No sé cómo uno puede ver estos cielos inmensos con sus fantásticos paisajes de nubes y seguir pensando en fronteras y asesinatos allá abajo en las ciudades y las selvas de la tierra. Y, además, cuando pienso en los que se aficionan al paracaidismo,  eso de tirarse de un avión que vuela perfectamente bien siempre me ha parecido una locura.

Ahora escucho la música de Albinioni (Concierto número 8: III) por los auriculares de mi asiento. Tiene una energía vital, suena increíblemente optimista esta música, como un baile por estas nubes que admiro por la ventanilla mientras cruzamos el Atlántico. Tengo mucha suerte. Sigo vivo y viajando, todavía con ganas de explorar y aprender. Llegaremos al aeropuerto a las 20 horas de la capital azteca. Ahora escucho el Concierto número 9: I. Me viene a la mente y al corazón Ruth, la chica que conocí durante el otoño norteño de 1978. Su pelo, su sonrisa, sus dedos. Lo que ella sabía del campo, de preparar un jardín de flores o un huerto eran cosas maravillosas. La manera en que ella me miraba, en la que nos mirábamos tan de cerca no creí que podía ser más linda ni eterna. Pensé entonces que todo estaba ahí, infinitamente descubierto, que había tiempo de sobra, que la primavera era inagotable. Esta es una foto que me permitió hacerle en la cocina de sus padres en el oeste de Dinamarca en diciembre de ese año:

(Ruth, 1978)

Recuerdo escuchar en la radio BBC, mientras estudiaba Ciencias Políticas en Inglaterra en mayo de 1979 que un tal Diego Maradona, un pibe que jugaba en la selección argentina durante su gira europea, la estaba rompiendo. Vi en la tele de un “pub” inglés una gambeta genial terminada en gol que Diego le hizo a un arquero escocés. Creo que fue el primer gol de Diego para la Albiceleste. Siete años después el genio de Lanús armaría una jugada muy parecida contra Inglaterra en el Estadio Azteca durante la semifinal del Mundial de México. Ese año también cerraron el Viejo Gasómetro. De Doval a mi madre, de Ruth a Maradona… cosas que rondan por la cabeza de uno durante un largo vuelo de avión.

(El barrilete cósmico)

He aprendido a tocar el piano a través de los años desde que vi llorar a mi madre esa tarde de otoño porteño mientras sonaba la música de Chopin. Bueno, cualquiera puede tocar un piano si lo tiene a mano. Toco a mi manera, y cada canción es singular porque no recuerdo un carajo, no leo música. Es un sentimiento. Me encanta tocar, me tranquiliza. Creo que me ayuda a mantenerme relativamente honesto como artista el no poder resucitar una composición. Como actor, por ejemplo, me ayuda a entender que cada función y cada toma son únicas, que no vuelven y vale la pena adorarlas y aprovecharlas a cada una, momento por momento. Toco los pianos de cualquier hotel o bar sin miedo cuando llegan las ocasiones. Casi siempre que veo un piano lo quiero tocar. No soy tan dotado como para ponerme nervioso, y así me siento libre. No me importa si me escuchan o me juzgan. Con el fútbol y el trabajo de hacer cine pasa lo mismo. Poneme en cualquier parte de la cancha o el escenario, jugaré como pueda e intentaré no defraudar al equipo.

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FABIÁN:

¡Qué hermosa la tapa del Gráfico con Buticce y Albrecht! Si la tuviera, la pegaría en el living de mi casa: ¡es arte pop! Fijate que los arqueros ya no usan más esos buzos gruesos que tenían en los codos refuerzos para los golpes. Mi primo Carlos, que era como mi hermano mayor y vivía en la pieza de adelante de mi inmensa casa de la niñez, cuando atajaba una pelota en los picados, gritaba “¡¡¡Buticce!!!” Atajaba muy bien. Me hiciste pensar con esa escena letal que contás de tu madre, llorando, un día de lluvia, escuchando a Chopin, sobre todo porque estuve pensando, en estos días, que es una tranquilidad para Anita no tener acceso a ciertos pensamientos de mi cerebro recalentado. Cuando era chico, había cierta tranquilidad existencial que me daban mis padres: ellos sabían lo que teníamos que hacer, ellos caminaban adelante mío protegiéndome y sin embargo…seguro que tendrían pensamientos abismales del tipo “¿para qué tuve hijos? ¿un hijo no es una fábrica de producir terror? ¿de qué sirve vivir? ¿qué es lo que hace que una vida funcione y avance? ¿por qué todo lo que queremos se tiene que morir? ¿tengo que seguir mi deseo o tengo que oponerme a ciertas demandas que me hace en favor del bien familiar?” Me gusta mucho la película “Volver al futuro”, porque te muestra que la única forma de conocer a nuestros padres en su esencia es viajando para el pasado, de incógnitos. Los padres son nuestros seres cercanos más extranjeros, más misteriosos, a pesar de la cotidianidad ¿Por qué lloraría tu madre esa tarde de lluvia?

(Una versión descartada del afiche para “Volver al futuro”)

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VIGGO:

Con tanto volar creo que me estoy haciendo avión. Esta mañana cuando me estaba vistiendo en el hotel donde nos pusieron a los del equipo “Jauja” en el centro histórico de la Ciudad de México, vi en el espejo del baño que tenía unos remaches de acero inoxidable bajando en líneas parejas de mis hombros a mis codos, y que mis ojos parpadeaban, uno con una luz roja y el otro con una luz verde, para ayudar con los aterrizajes. También oía mensajes de algún piloto cada treinta segundos, ráfagas de instrucciones en varios idiomas que me hacían doler los oídos, me interrumpían los pensamientos y me entorpecían el acto de cepillarme los dientes. No, en serio: me estoy acostumbrando a estar en los aviones, a apreciar ese tiempo prestado, desvinculado de lo que la trayectoria del sol impone a los seres humanos que generalmente andan por la tierra. Cuando bajo a los aeropuertos y las ciudades me siento inicialmente incómodo, perdido.

Anoche pudimos festejar varios compañeros de “Jauja” las nominaciones por los Premios Iberoamericanos de Cine que recibió nuestra película. Hubo muy buena onda con los mexicanos, peruanos, españoles, brasileños, cubanos, portugueses, uruguayos, chilenos, etcétera, que acudieron al evento. La ceremonia fue lo que uno espera que tal encuentro internacional de artistas pueda ser, una fiesta de intercambios culturales y de hermandad creativa. Muchas de las películas nominadas eran coproducciones de orígenes tan complicados como la nuestra, con gente de muchos países detrás de ellas. Eso me parece muy bueno, que se note esa colaboración que cruza y borra fronteras, y que eso se celebre en una ocasión como los Premios FÉNIX. Hubo mucho tequila, y eso también ayudó a muchos de los presentes, incluidos Lisandro y yo. Tuve la suerte de recibir este premio iberoamericano por mi trabajo de actuación, lo que me sorprendió bastante porque ‘Dinesen’ es un personaje danés que habla el castellano con cierta dificultad. Que se me considere un artista latinoamericano más me agrada, eso sí, muy lindo eso. Ser aceptado como un artista de la región y de nuestra cultura compartida. Después de la entrega de los premios los de “Jauja” nos sentamos juntos en una mesa larga para la cena oficial. Después, aunque yo estaba medio muerto con tanto revuelo mediático y celebración ruidosa, nos fuimos a una fiesta empapada de tequila y decorada de suelo a techo con calaveras y esqueletos de todos los colores, ya que este fin de semana festejan el Día de los Muertos en México. Creo que salí de ahí a las cuatro y pico de la mañana. Dormí poco, me levanté y me fui al aeropuerto. Un poco de resaca, pero todo bien, con el huevo negro que es el Premio Fénix metido en mi equipaje de mano. Y entonces me metí en un laberinto burocrático completamente kafkiano con las autoridades de inmigración, la compañía aérea, el banco del aeropuerto… en fin, un cuento largo que me costó dos horas de idas y vueltas y conversaciones surrealistas con varias personas trabajando en esas entidades. Me bajó un peldaño, ¿viste? Cuando finalmente pude solucionar los inesperados papeleos e incomprensibles trámites oficiales me detuvieron un rato más en la zona de inspección para preguntarme sobre el misterioso huevo negro metálico que llevaba envuelto en mi buzo del CASLA. Como le pasó a San Lorenzo después de ganar la Libertadores, ahí la vida también me recordó enseguida que un premio no es nada y que nunca podemos presumir de haber triunfado. Ayudar a hacer que la vida funcione y avance, como lo describiste vos, es un reto diario, de momento a momento. Hay que reconstruirse, volver a empezar con cada despertar, cada reencuentro.

No me encontré con ningún Cuervo anoche, pero Bosteros, Gallinas y Diablitos había por todos lados. Cuando se iba acercando la hora de ir a la ceremonia, el único premio que yo pensaba que seguramente íbamos a ganar era el de fotografía. Nuestro gran Timo Salminen iba a llevarse esa categoría sin duda alguna. Pero no pudo ser. Hubiera sido hermoso ganar el último premio de la noche, por la mejor película de ficción, para que todos pudiéramos haber subido al escenario a festejar y Lisandro dijera algunas palabras. Pero no importa. Los premios, sean huevos o estatuillas, medallas o diplomas, no te hacen más feliz, no te enseñan a ser mejor artista o persona. Capaz que pueden estimular a jóvenes directores y guionistas a soñar nuevos cuentos para el cine. Lo mejor de todo fue que nos juntamos varios de los que le ayudamos a Lisandro a contar “Jauja” y lo pasamos muy bien. Se te extrañó, Cuervo. Pero ya nos veremos pronto para lanzar nuestra película en Argentina.

No duermo. Me desperté a las 3 de la mañana y escribí un poema que se llama “Hoy es un buen día para algo”. Tengo serias dudas sobre esa frase, pero la escribí antes de saber de que se iba a tratar el poema. Los títulos se me dan bien, pero suelo ponerlos después. Supongo que hay que abrirse camino de una manera u otra. Ahora, dentro de media hora, arranca el clásico contra Boca. Confío en una victoria regeneradora para el CASLA.

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FABIÁN:

Creo que la última vez que hablamos por fono estando muy lejos fue un domingo que me llamaste, como hoy, después también de haberle ganado a Boca, ¿te acordás? En ese entonces yo estaba tirado en uno de los sillones de la casa reponiéndome del penal que había atajado el Cóndor sobre la hora a Chiqui Pérez, y que nos mantenía con vida en la pelea por el campeonato que finalmente ganamos y que vimos juntos en Buenos Aires. Hoy fue un partido de trámite más fácil que ese, aunque aquel San Lorenzo jugaba mejor: teníamos a Piatti y a Correa en estupenda forma. Sin embargo, como me lo habías predicho, este fue un triunfo regenerativo para el Ciclón, ganamos bien, Caute metió un lindo gol y Verón la rompió jugando por la izquierda -algunos de sus arranques me hicieron acordar al Negro Ortiz, un crack que tuvimos que no paraba de ponerle goles servidos al Gringo Scotta. Acá está lloviendo desde ayer y parece que va a continuar este lunes. Anoche, en la cocina, inspirado, terminé una larga novela compuesta de 28 relatos. Podré agregarle más o menos relatos pero ya está el comienzo, el medio y el fin. Quería terminarla antes de que nazca mi futuro hijo, me quiero dedicar a estar con él cuando eso pase para el 15 de diciembre más o menos. Te quiero contar algo: hace semanas que escucho sin parar la discografía de un grupo argentino que siempre me había pasado por el costado, se llama Babasónicos. Me han hecho compañía, en el auto, todos estos días mientras iba a buscar a Anita al colegio, yendo después a mi trabajo o buscando  a mi viejo en su casa para ir a cenar. Estaba encapsulado dentro de mi auto escuchando esa música ecléctica y maravillosa. Hay una canción, que se llama “El colmo”, que de alguna manera resume todas las canciones del mundo. Tiene esa potencia. Creo que una tarde, cuando veníamos de filmar en Lobería, en el auto, escuchamos algunos de estos temas en tu laptop, pero no estoy seguro.

(Los Babasónicos)

En realidad, la música está ahí afuera y es la acumulación de experiencia en uno la que hace que estemos, en determinado momento, en accesibilidad para escucharla. Esta semana voy a ver a Lisandro, lo extraño mucho. Tengo la casa gigante embalada para mudarnos, lo que me pone a la expectativa pero también algo triste porque acá vivimos momentos extraordinarios de nuestras vidas. De todas formas, ¡mañana será mejor! Hay que perder la importancia personal y cambiar de forma, trabajar contra el ego y la insatisfacción, ¿no?

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VIGGO:

¡¡¡¡¡¡OLÉ CICLÓN!!!!!!

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(Cauteruccio celebra el primero)

Sí, escuchamos dos o tres canciones de los Babasónicos cuando yo los lleve a vos y al periodista francés en auto a Viedma para que pudieran agarrar el último micro a Buenos Aires. Tengo buenas memorias vinculadas a la música de ese grupo.

La última vez que hablamos por teléfono el día de un partido fue cuando salimos campeones de la Libertadores el 13 de agosto. Te llamé muchas veces desde Nuevo México para que me dieras tus impresiones de la cancha ese día histórico, y para escucharlos a todos los Cuervos cantar. Cantamos los dos en el teléfono, ¿te acordás?También hablamos durante ese partido que nombrás, del torneo que ganamos con Pizzi el año pasado, esa victoria agónica contra Boca en nuestra cancha. ¡Qué grande que fue Torrico ese día!

Mercier estuvo como una fiera hoy, y Cauteruccio jugó muy bien, como lo hacía antes de lesionarse, hasta cierto punto llenando el hueco que dejó Piatti cuando se fue a Montreal. Verón dio un buenísimo pase para el gol de Cauteruccio, y después metió un golazo para el 2-0. El equipo jugó con sangre fría y los ojos abiertos. Los jugadores se entendieron de maravilla. Me hizo muy feliz esta victoria. Ahora podemos volver a soñar con algo importante en Marruecos. Esta noche el equipo vuela hacia Italia para jugar contra el Milan. Los jugadores van a volver cansados del viaje, pero seguro que se divertirán y aprenderán algunas cosas de los tanos. Esta experiencia puede ayudar con la preparación para el Mundialito en Marruecos el mes que viene. ¡¡¡Suerte muchachos!!!  Este amistoso se llama la Copa Berlusconi, creada hace 22 años por Silvio Berlusconi en homenaje a su padre Luigi. Normalmente la disputan el Milan y la Juventus, pero una vez el Milan invitó al Inter. El Real Madrid y el Bayern Munich también jugaron este partido una vez cada uno, y perdieron. Esta copa solamente la han ganado equipos del Milan y la Juventus. San Lorenzo es el primer equipo no europeo que juega este partido. El “Cavalliere” estará presente. A ver si se asoma Francisco el Cuervo para compensar.

P.D.: Acabo de leer que Timo recién ganó un premio importante en Brasil por su hermosa fotografía en “Jauja”. ¡Felicitaciones TIMO!

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