Lo que se siente

Viggo Mortensen

(12-14/7/2014)

SÁBADO:

Después de perder el partido por el tercer puesto en su Mundial, el equipo de los anfitriones, Brasil, preparado por Felipão Scolari, tuvo un gesto de mierda al no quedarse para la entrega de medallas a Holanda, que acababa de ganarles un partido aburridísimo con un 3-0 que podría haber sido 5-0. Con tal falta de coraje y dignidad este equipo demuestra que sería perfecto para un D.T. maleducado y amargado como Mourinho, que, como me lo había imaginado, se perfila como uno de los candidatos principales para tomar las riendas de la Seleção. Brasil ahora mismo no sabe ganar y no sabe perder. Da pena.

(Al vestuario para no ver la entrega de medallas)

Y el pelotudo de Arjen Robben, que sabe correr, gambetear y patear una pelota casi tan bien como sabe tirarse a la pileta e imitar muecas de dolor, se atrevió a declarar que ganarle a Brasil para la medalla de bronce no era suficiente, que su equipo merecía “claramente estar mañana en la final y no podemos jugarla”. Me parece que el llorón olvidó que no pudo hacer nada para amenazar al arco de Argentina (La única vez que llegó a asustarlo en lo más mínimo a Romero lo paró en seco Mascherano), y que el equipo de Sabella ganó la semifinal contra Holanda.

(Talentoso, tramposo y mal perdedor)

A ver si Alemania y Argentina dan un mejor ejemplo de fútbol y de comportamiento deportivo mañana en la final que lo mostrado hoy por Robben y los brasileños.

DOMINGO:

Siento que al pibe que llevo adentro le dieron una paliza y le contaron que todo lo que ama es mentira. Es un juego nomás, ya lo sé, y la suerte pudo haber sido otra, pero me duele, hermano, me duele. Felicito a los alemanes. A por la Libertadores. No tengo más palabras.

LUNES:

Adjunto este análisis escrito por Claudio Mauri para canchallena.com, que sí tiene palabras sensatas sobre la derrota de Argentina en la Final:

Regreso sin gloria para la selección argentina, pero con la conciencia tranquila

Por Claudio Mauri (canchallena.com)

RÍO DE JANEIRO.- Murió en su ley, no en la que todos imaginábamos antes delMundial , sino en la que fue escribiendo a lo largo de este mes, con una sentencia en la que caben por igual la tristeza y la dignidad. El fútbol está lleno de vericuetos, de golpes de escena que cambian la realidad. ¿A quién se le hubiera ocurrido que la Argentina en el balance general se iba mancar por la pólvora mojada de sus delanteros, por lo desenfocados y temblorosos que estuvieron para el arco? ¿Acaso las especulaciones no iban en el sentido de que los partidos del seleccionado serían un golpe por golpe, una ruleta rusa con resultados de papi fútbol? Y no, al final fue todo lo contrario. El equipo se blindó atrás y fue un páramo adelante.

La mirada desconfiada a defensores y volantes de contención hay que cambiarla por una palmada de reconocimiento en el hombro. Ninguno de los delanteros de contrastado prestigio internacional en sus clubes sale de este Mundial mejor de lo que entró. Empezando por Messi , que terminó pareciéndose más al de su abúlica temporada en Barcelona que al Maradona que iba a replicar porque éste debía ser su momento, como lo fue el de Diego en México 1986. Sacó las papas del fuego en la etapa eliminatoria con cuatro goles y se quedó secó en la recta decisiva. Estaba asumida la messidependencia, hasta era saludable. Por eso el seleccionado padeció esta versión más apagada de Leo, de menor liderazgo futbolístico, ensimismado.

La Argentina fue haciendo de cada encuentro un ejercicio de resistencia, de esfuerzo mayúsculo, de entrega total. Un voluntarismo irreprochable y hasta conmovedor, sobre todo por Mascherano , que seguramente estaría listo para otra batalla dentro de 48 horas, aunque en realidad habría que darle vacaciones hasta fin de año. En 12 días, entre el 1° y el 13 de julio, la Argentina disputó cuatro cotejos, que en realidad fueron cinco, ya que hubo tres alargues (90 minutos en total). No hay cuerpo que aguante, aun el de este seleccionado, que siempre estuvo dispuesto a sacar energías de donde sólo debía haber agotamiento, extenuación.

El aspecto físico terminó haciendo la ínfima diferencia que hubo con Alemania, que hizo valer su mayor depósito de combustible. No sólo por el día más de descanso que tuvo, sino porque la semifinal contra Brasil la resolvió en 45 minutos. Mérito del campeón, obviamente, por saber reservar piernas y pulmones en un momento en el que el desgaste penaliza mucho. Que lo digan si no Mascherano y Zabaleta , quienes persiguieron con la lengua afuera a un más fresco Schürrle, imparable en la corrida por la izquierda para sacar la asistencia del gol. Götze, un jugador fino pero un tanto frío, que había perdido la titularidad con Klose, recibió el centro que superó a Demichelis y definió con un perfecto control de pecho y remate cruzado. Iban 7 minutos del segundo tiempo suplementario de otro partido que parecía encaminarse a los penales. Siempre sobreviviendo en la cornisa, esta vez la Argentina cayó, no sin antes entregar el último empujón desesperado. Messi no estaba para milagros; en los últimos tres minutos, un cabezazo se le fue alto y el epitafio de la derrota fue ese tiro libre más de un metro arriba del travesaño. Ni el tiro del final le salió en un Maracaná que casi no supo de su brillo futbolístico.

Volvemos a una ecuación: en 450 minutos (desde octavos hasta ayer), apenas dos goles. Y uno lo convirtió un jugador que la Argentina extrañó mucho en los últimos dos encuentros: el desgarrado Di María, que le da al equipo la posibilidad de jugar con 12 porque hace de volante y delantero.

El seleccionado no desperdició una gran cantidad de situaciones de gol, pero sí un puñado como para lamentarlo por largo tiempo, ya que la otra parte del plan, la de contener el juego de posesión de Alemania, la llevó adelante bastante bien. Higuaín le entró mordido a un regalo de Kroos; Pipita es más confiable cuando repentiza de primera, como ante Bélgica, que cuando conduce la pelota. Messi tuvo dos: en una llegó exigido ante Neuer y Boateng despejó en el cierre; en la otra, tras pase de Biglia , definió desviado. Palacio, que no termina de sacudirse los nervios en los mundiales, no aprovechó un muy buen centro de Rojo: sin convicción, su toque por encima de Neuer salió por un costado.

Para los desarrollos cerrados que plantea la Argentina, esa ineficacia puede tener un alto costo a la larga. Lo tuvo frente a esta Alemania que no hizo una final de ensueño, pero sí es un merecido campeón. con la conducción de Schweinsteiger y la salida limpia de Lahm, sin renunciar a su vocación del toque y juego asociado, pese a que la Argentina le negaba bien los espacios.

Importante había sido lo de Lavezzi en el primer tiempo para profundizar el ataque. Sorpresivamente, Sabella lo reemplazó y la Argentina inquietó durante unos minutos a Alemania con el ingreso de Agüero y una propuesta más ofensiva. Pero no fue el Mundial del Kun después de tantas lesiones. La Argentina vino a buscar la copa con su colección de delanteros y se despidió rindiéndole honores a la defensa. Eso quedará cuando pase este lamento que durará un buen tiempo. No se ganó la gloria, pero sí la tranquilidad de conciencia.