Viggo Mortensen y Fabián Casas
4-8/5/2013
VIGGO:
Guapa la resurrección ante Quilmes. ¡Qué grande Kalinski! De lo más fiable que tenemos. Lástima que no tendremos a Mercier contra Boca. A ver si juega más el Pipi la semana que viene, si puede. Y Buffarini, ¡qué manera de levantar el equipo al arranque de la segunda mitad! Es una máquina. Bueno, acá son casi las quattro e mezza della mattina. Voy a dormir un par de horas, sonriendo. ¡Fuerte abrazo, Cuervo!

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FABIÁN:
Querido Viggo Mortensen, ayer por la noche tenía una cena en casa de Pablo Braum, un buen amigo, y había estado lloviendo todo el día. Salí del trabajo con el auto y manejé hasta la Avenida Libertador y se me ocurrió tratar de mirar algo del partido antes de ir a lo de Pablo. Así que entré a un café que se llama Tabac y que está en la esquina de Coronel Díaz y Libertador y me pedí un whisky con un vaso de agua para mirar el primer tiempo. El café es un bar pituco, muy lindo, que a veces tiene de habitués al Coco Basile y a Mostaza Merlo. Había cuatro mozos en la barra y desperdigados a mi derecha, una familia con hombres grandes, una pareja joven y varias mujeres sesentonas que comían un copetín gigante, muy sabroso: medialunas, sandwichs calientes, jugos y champagne. Me gustó esa familia larga, de diferentes edades, disfrutando de una cena en una noche fría y lluviosa. Delante de mí, y debajo del televisor donde el CASLA precalentaba con las camperas puestas, había otro matrimonio con un hijo. Por la caras, conjeturé que eran marido y mujer y traté de encontrar la línea arquitectónica que producía la cara del niño de unos 15 0 16 años que estaba sentado con ellos. Al rato llegó otro nenito y se sentó en esa mesa. Era igual a Neymar, el crack brasileño, si le sacamos a Neymar todos los rasgos de la cara que lo hacen brazuca. El nenito vino con un buzo Adidas, en pantalón corto azul, del Barça y se sentó de frente al otro chico que era el hermano mayor, sin dudas. Este chico se parecía más a la madre. Creo que miraba todas estas cosas porque estaba tomando whisky — el psicólogo rubio — y porque estaba solo. El whisky me sacó el miedo de que San Lorenzo perdiera. Es increíble cómo el alcohol modifica la vida.

También me acordé de Petete, una amiguito del barrio que de golpe y porrazo se fue de Boedo a otro barrio alejado, en la provincia, siguiendo los destinos de sus padres. ¿Por qué me acordé de él? Porque pensé cuando ya empezaba el partido que en la silla vacía que yo tenía al lado estabas sentado vos, pero en otro país, bajo otro clima. Me sentí unido a un amigo por la pasión de esta camiseta azulgrana que tanto amo, y supe que estuvieras donde estuvieras, ibas a estar viendo el partido, como lo hacía yo, como lo hicimos muchas veces juntos. El primer tiempo pasó ralentado por el efecto del whisky en mi cabeza. Me parecíó que San Lorenzo no jugaba a la altura de las circunstancias, que Quilmes lo estaba jugando como una verdadera final. Cuando terminó con el uno a cero abajo, pagué y me fui a la cena. Durante toda la noche y durante la duermevela del sueño en la madrugada, me preguntaba ¿Habremos perdido? Hoy temprano llevé a Rita para que corriera en el parque junto con Anita que me acompañó, y cuando vi el titular del diario que decía que habíamos ganado me cambió el día. Es así. Parece una estupidez que el ánimo esté tan encadenado a las vicisitudes azulgranas pero cuando leí que habíamos dado vuelta al partido una alegría infinita que se convirtió en voluntad me inundó el cuerpo. Le dije a Anita: ¡Ganó el Ciclón, hija! Y ella me dijo: ¡Sí papá, siempre gana! Vos viste el partido entero. ¿Cómo fue el segundo tiempo?
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VIGGO:
Cuervo,
Estuve y estoy totalmente con vos en ese café. Me lo pusiste con la luz perfecta. Acá en España empezó a las 2:15 de la mañana el partido. Quería, como siempre, verlo todo, o al menos todo lo posible a pesar de tener que madrugar, y de estar todavía enfermo (el catarro que agarré al irme de Buenos Aires se hizo bronquitis y recién ahora estoy funcionando más o menos bien). La primera mitad fue terrible, no entendía que les había pasado a los muchachos. Después de un cuarto de hora de juego reñido pero bastante desordenado en el mediocampo, le cayó un rebote regalo a Elizari y metió el 1-0 para Quilmes. Y ahí se desmoronó San Lorenzo. Me parecía que estaba viendo uno de esos horribles partidos del año pasado en los que la falta de voluntad se adueñaba del equipo como un virus, un suicidio lento. Como bien decís, los del sur estaban poniendo huevo de acuerdo a la importancia del encuentro mientras el CASLA parecía estar jugando un partido de entrenamiento. La cara de Pizzi lo decía todo, el hombre estaba viviendo una pesadilla total. Poco antes de la pausa lavé unos platos y vasos que quedaban de la cena (siempre con un ojo en la pantalla de mi compu), saqué la basura y entonces descorché un vino tinto. Tenías razón, vos y yo estábamos juntos, tomando alcohol al mismo tiempo y viendo con creciente incomodidad un partido de fútbol del Ciclón. Ya pasadas las tres de la mañana, los nuestros empezaron la segunda mitad todavía desconectados, extrañamente torpes. Pensé que debería cuidarme un poco e irme a la cama, pero no pude. “Esto va a cambiar”, pensé. “Hoy no puede terminar así este San Lorenzo. Van a levantarse.” Y lo hicieron. De repente le dieron vuelta al partido y no aflojaron más. Tuvimos suerte cuando Goñi, el lateral izquierdo de Quilmes, tuvo que salir del partido por unos minutos porque le sangraba la naríz. Justamente por ese lado jugaba Buffarini, y ahora tenía más espacio para subir por su carril derecho. Pero el gol del cordobés no fue una casualidad, y tampoco la precisa definición de Gonzalo Verón (primer gol en Primera del pibe que llegó del Sportivo Italiano) con la linda asistencia de Correa. Los goles vinieron de un esfuerzo colectivo. La defensa, liderada por Mercier, se hizo fuerte, tapando todo. Piatti empezó a acertar con sus pases, Correa jugaba cada vez mejor. Navarro había tenido algunos momentos buenos en la primera parte, pero el ingreso de Kalinski fue clave. Justo cuando Romagnoli estaba por reemplazar a Correa, Verón hizo su gol. Aunque eso le quitó un poco de urgencia al cambio, la adición del Pipi ayudó a dar cierta solidez en el medio campo y para adelante. No se lo vió del todo suelto y cómodo — supongo que por lo empapada y barrosa que estaba la cancha — pero dio un par de buenos pases y junto a Piatti fue importante en el esfuerzo final para proteger el 2-1. Aun así, con los jugadores conscientes de la importancia de defender el resultado, me gustó que el equipo nunca paró de buscar la oportunidad para atacar. Esa combinación de jugadores jóvenes y ambiciosos con veteranos de cabeza más fría — muy bien dirigidos por Pizzi — le da ese equilibrio al CASLA. Los Pibes de Oro están jugando con la velocidad propia de su edad, pero con templanza gracias al buen ejemplo del D.T. y de los compañeros más experimentados. Hay familia. Creo que esta remontada fue lo más importante que le ha ocurrido al equipo en este torneo. Se ganó mucho en autoestima y confianza. Espero que vuelva pronto Migliore. Ibáñez está jugando muy bien, pero el Loco merece ser parte de lo que está pasando.

Como a vos, me cambió todo el resultado. Dormí bien y me desperté contento. Cuando mi amigo Léo bajó cambiado para ir a su clase de circo infantil, se había puesto el pantalón y la remera del Ciclón que le regalamos en Boedo el año pasado– y eso sin saber que San Lorenzo había jugado anoche. ¡Como ha brillado el sol hoy!
La semana pasada fue importante para el estatus del fútbol español en Europa. Los dos grandes, el Barcelona y el Real Madrid, cayeron en semifinales de la Champions. El año pasado pasó lo mismo, pero entonces fue una gran sorpresa porque eran los favoritos. Este año se había visto que estos dos equipos, que habían sido goleados en sus partidos de ida en las semis, ya no eran tan fuertes. Por primera vez la final será totalmente alemana, entre el Bayern München y el Borussia Dortmund. Espero que gane el Dortmund para darle un reto mayor el año que viene a Pep Guardiola, que pronto tomará las riendas del Bayern. José Mourinho, que ya me tenía a mí y a muchos otros simpatizantes del Madrid repodridos, no para con su maquiavélica campaña en los medios. Todo lo que sale de su boca está diseñado para ofender estratégicamente a las personas e instituciones que no lo miman, para justificar su importancia en la historia del fútbol y poner en evidencia su deseo de volver a dirigir en Inglaterra. Últimamente no se pierde ni una sola oportunidad para insultar al capitán Iker Casillas, a la prensa o a cualquiera que resista su megalomanía. La imágen de Casillas abrazándo a sus compañeros después de la dura derrota contra el Dortmund — especialmente al segundo capitán Sergio Ramos — es la esencia de lo que históricamente es, para mí, el Real Madrid. Creo que Mourinho es capaz de entender el valor superficial — mediático — de tal gesto, pero no puede ni quiere entender su fuente emocional, su valor ético.

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FABIÁN:
Querido Viggo: Hace unos días estaba trabajando y sonó el celular y era Guadalupe que me dijo: tu padre está acá en casa. Cuando llegué mi viejo estaba jugando, descalzo, con Anita, en el cuarto de ella. Me acordé de esa genial escena de “El Padrino” cuando Brando juega con su sobrinito y se mete en un jardín laberíntico corriendo al nenito y finalmente muere. Pero mi viejo no murío esa noche. Y mientras escribo esto, tampoco. Estuvo en casa, cenamos, hablamos poco (eso extraño mucho, ya no habla tanto) y me di cuenta que, debajo de la camisa que tenía, asomaba tímidamente una camiseta del CASLA que estaría usando para dormir. Se me llenaron los ojos de lágrimas y no pude tragar mientras comía (no se puede llorar y comer a la misma vez). Así que tomé agua y le di para adelante. Después, mientras empezó a llover en la calle, lo llevé en auto hasta su casa. Cuando salimos, me dijo: el 23 anda, dejá que me voy en colectivo. Pero le dije que sólo me iba a quedar tranquilo si lo llevaba hasta la puerta de su casa. Pensé, pero no le dije, que me encantaba la perspectiva de manejar por la ciudad oscura mientras llovía, llevando a mi viejo hasta su casa en silencio. Ya en el auto me preguntó: ¿Cómo se llama tu hija? Ana, le dije. ¿Cómo se llama tu perra? Rita le dije. ¿Estás casado? Sí, le dije, vivo con Guadalupe. Afuera llovía lentamente y había un silencio total en la calle.

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VIGGO:
Me mataste, hermano. Hermoso y conmovedor lo que me contás. Dale un beso a tu papi, dale un beso a todos. Cuando vuelva para terminar el rodaje dentro de un par de semanas me gustaría verlo con vos, si te parece bien. Si él quiere, vamos a la cancha.
La perdida de la memoria y, poco a poco, la llegada de la demencia lo he vivido de cerca con mi madre durante los últimos años, y antes con otras personas. Lo que he aprendido de la experiencia con mi madre, entre otras cosas, es que el tiempo que nos queda para comunicarnos, usando nuestras palabras y mentes conscientes para entendernos con los que empiezan a alejarse mentalmente de nosotros y sus vidas cotidianas, crece infinitamente en valor por su preciosidad. Para mi madre se han apagado las palabras casi completamente, como si hubiera caído un telón, y la tenue conexión que existe ahora es de gestos, miradas y silencios llenos de misterio y algunas apreciadas pequeñas luces. Todos los casos de senilidad son distintos, pero lo que he vivido con ella y con algunos otros tienen puntos en común. Surgen momentos a lo largo del proceso de la desintegración de memorias y el inicio de ciclos de alucinaciones que son tremendos. Algunos son muy graciosos — e incluso el que sufre de los tropiezos mentales que traen la metamorfosis de su conocimiento es capaz de reírse a veces de sus extrañas declaraciones — pero para mí siempre manda, en el fondo, una profunda tristeza, una sombra creciente que ya no se puede ignorar. Será que me falta iluminación. Hace rato que mi madre no puede hablarme con más de dos o tres palabras inconexas antes de quedarse más o menos muda, mirándome atentamente con sus ojos claros. He llorado mucho pensando en mi madre últimamente. Mirándola a los ojos durante los últimos dos años he llorado más que en toda mi vida, pero no siempre es por dolor o tristeza. A veces, muchas veces, es algo catártico. Lloro agradeciendo una brisa de entendimiento que pasa entre nosotros, un acoplamiento profundo que me resultaría complicado describir. Como ese silencio que viviste en tu auto, al lado de tu padre, cruzando la ciudad en la noche lluviosa. Ese tipo de enfoque nos lo puede traer el amor incondicional, la adoración, el miedo puro, las maravillas de la naturaleza, los instantes de revelación en nuestro trabajo y en nuestras vidas íntimas. En otros momentos he llorado con alegría cuando mi madre me ha contado algo totalmente absurdo, imposiblemente incongruente. Me ha hecho feliz saber que he estado presente en el momento dado para imaginarlo con ella, incluso para reírme del traspié (¿y de la muerte?) con ella, y también para ayudarla a despejar u olvidar las alucinaciones que más parecen preocuparla. Lo que debería ser común y corriente, el uso de una mínima parte de nuestro tiempo y conocimiento para conectar con otras personas y otros animales sin rodeos, nos puede parecer único, sorprendente. Es cierto que es llamativo cada vez que pasa, pero debería ser normal ese tipo de vínculo entre los seres vivientes. Ocurre tan poco que lo consideramos particularmente memorable, merecedor de comentario especial. Desde la semana pasada he estado leyendo poco a poco un libro de Arthur Schopenhauer que consiste de una serie de observaciones sobre la mejor manera para las personas de convivir con su envejecimiento. En una des estas meditaciones, juntadas bajo el título Senilia, escribió que:
“Entre hombre y hombre se halla con frecuencia, como una tumba ancha, el egoísmo. Si alguna vez salta uno realmente sobre ella para ayudar al otro, es como si sucediera un milagro, el cual cosecharía el asombro y el aplauso.”
También escribió, dos o tres años más tarde, algo que, aunque sea de poco consuelo, me llama la atención por lo cierto que suena:
“Los terribles dolores a los que se hallan expuestos cada parte de nuestro cuerpo, cada nervio, no se producirían si nosotros o ese cuerpo no fuéramos algo que no deberíamos ser. (Estos dolores tienen, sin embargo, la utilidad de llamar nuestra atención sobre la herida y los cuidados necesarios de esa parte del cuerpo.) Esta es una frase que pocos entenderán.”
Todos queremos vivir, casi todos. Casi todos luchamos por no morir. Pero ¿hay alguien que sabe por qué estamos vivos?

Durante la preparación y filmación de nuestra película con Lisandro he pensado mucho en mis padres, en mi familia, en mis “raíces”, en lo que me queda. En nuestro cuento el padre pierde a su hija y, dándose cuenta que el amor que siente por ella es mucho más importante que todo lo demás en su vida, se lanza a buscarla en un desierto profundo. Va aprendiendo que la búsqueda misma es lo primordial, es la lección. Cada momento de su resultante exploración solitaria es en realidad su vida, mucho más que la imagen que lleva en la cabeza de su añorada hija. ‘Dinesen’ va encontrándose a si mismo mientras va perdiendo el hilo de su propio cuento, de su viaje físico hacia un horizonte aparentemente inalcanzable. Hoy hay cada vez más información que nos llega de todos lados, con todos los cachivaches y los ruidos que nos rodean, de innumerables fuentes. ¿A qué o quién damos importancia? Es muy difícil saber por donde vamos, si hay algo que debemos hacer aparte de prestar atención de un momento a otro. Yo no conozco otra solución que la de apagar los aparatos y callarme, todo lo que puedo, más cada día. La de Mark Twain también es buena:
“Cuando recordamos que estamos todos locos, los misterios desaparecen y la vida queda explicada.”
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FABIÁN:
Querido viggo: Hoy justo viajando en el metro hacia mi trabajo, un chico que estaba parado a mi lado me preguntó qué estaba leyendo. Le dije que un libro que hablaba sobre gente, biografías, esas cosas. El libro en cuestión me hizo pensar en cómo construyen las personas eso que llamamos vida. ¿Qué es lo que hace que una vida funcione y avance? No lo sé. Tampoco sé de qué mueren las personas. Cuando leo lo que me contás sobre tu mamá me doy cuenta que, a veces, como decía Borges, todos los hombres son uno solo. Porque eso que vos experimentás, el llanto catártico, el llanto de tristeza y de alegría, también para mí es de una gran liberación. Yo creo que el horror, a determinado nivel de ebullición, o se convierte en risa o nos volvemos locos. Y cada vez que me atrapa la desidia, la pereza o la tristeza mortal, pensar en lo que hicieron mis seres queridos que venero — mis padres, mi padrino, mi tía que me crío — mis amigos a los que admiro y quiero por su voluntad: vos, Linchenti, Lisandro… me hace pararme de otro modo en la calle. Es decir, que uno les debe a ellos estar a la altura de las circunstancias. Un poco como el final de Las ciudades invisibles de Calvino, que dice que hay que ver quién en el medio del infierno no es infierno y potenciarlo, hacerlo crecer. De eso se trata.

Anoche Guada me dijo que Anita mientras se dormía, le dijo: hoy ganó San Lorenzo, me lo dijo papá…