No necesitamos otros mundos. Necesitamos espejos.

FABIÁN CASAS Y VIGGO MORTENSEN

20/10/2011

FABIÁN:

Querido V:

Ahora me pongo a pensar en las veces en que aparecen los colores del campeón cruzados en determinados objetos. Por ejemplo: siempre en las películas las bombas que los expertos de la policía tratan de desactivar son dos cables, uno azul y otro rojo. Las pastillas que Morfeo le muestra a Neo en la primera Matrix también son una roja y otra azul. Depende cuál tome, será su lugar en el mundo. Y según cuenta la hija de J. D. Salinger, su padre dejó al morir varias novelas escritas y marcadas algunas con resaltador rojo y otras con azul. El rojo, quiere decir que no está corregido, el azul, que está para publicar. En la novela que te contaba que estoy leyendo (Solaris de Stanislaw Lem) todo sucede en un planeta pequeño -Solaris- que orbita dos soles, uno rojo y otro azul. La novela es genial. Yo había visto antes dos películas basadas en ella y ambas con el mismo nombre: Solaris. Una filmada en los comienzos de los setenta por Andrei Tarkovsky y otra filmada hace unos años por Soderbergh. La del Ruso era metafísica, la de Hollywood era romántica. La novela supera a las dos.

¿De qué trata? Todo está narrado en primera persona por el personaje principal, un tal Kelvin, psicólogo encargado de viajar a la nave laboratorio que está posada sobre el planeta Solaris. Desde hace cien años, cuenta Kelvin, los humanos estudian ese extraño planeta formado sólo por un inmenso océano gelatinoso que muta en diferentes formas geométricas que parecen salidas de los pintores abstractos. Las exploraciones sobre el planeta crearon la solarística, un corpus de investigaciones enciclopédicas que tratan de entender de qué va el extraño océano. Cuando Kelvin llega a Solaris, los tres integrantes que formaban el laboratorio están liquidados: dos, parecen locos y permanecen encerrados en determinadas partes de la nave y uno tercero se suicidó. Rápidamente a Kelvin se le materializa una antigua novia a la que está unido por un desgraciado episodio. Los visitantes, como los llaman, parecen salidos del inconsciente de los tripulantes y tienen forma humana pero genéticamente están construidos por nada. O por el material con el que se producen los sueños. De a poco, Kelvin empieza a comprender que lo que produce a los visitantes es el océano, que en realidad es una forma de vida extraterrestre. Pero ¿para qué? Para atormentarlos? para atacarlos? No se sabe. Lo que sabe Kelvin es que los humanos siempre tratamos de comprender en términos antropomórficos. Y que eso es una forma muy restringida de conocimiento. El océano de Solaris no puede ser entendido de esa manera. Es imposible de comprender por la mente humana. Y de ahí la definición radical que viene a traernos esta obra maestra de la ciencia ficción: que una verdadera religión no es la que trata de explicar al mundo sino la que lo mantiene oscuro y peligroso. Una religión intensa no es la que encuentra  a cada paso afirmaciones y sentencias sino la que se pone en perpetuo estado de pregunta. La ciencia ficción parece hablarnos del futuro, pero en realidad, se me ocurre, siempre sucede en el pasado. En Solaris los seres queridos muertos vuelven para enfrentar a los humanos con sus miserias, en el cuento la tercera expedición de Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, yo leo un ataque furibundo contra la nostalgia ¿lo leíste?

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VIGGO:

Hermano Cuervo:

¡Qué lindo leerte de nuevo!

Es ya vieja noticia, pero antes todo tengo que decir que me encantó la remontada psicológica que trajo la agónica victoria del Ciclón contra el Taladro. ¡Una barbaridad! Dulce, dulce alivio. Bailamos al borde del precipicio los jugadores y los hinchas, juntos como deberíamos siempre estar. El club anda un poco a la deriva a causa de las mareantes idas y vueltas, los problemas económicos, los problemas internos que no conozco, el peligro de estar en zona roja, el fantasma del descenso — pero el equipo se pone las espuelas, cincha bien y se sube al pingo con una tranquilidad asombrosa. Un ejemplo de concentración mental y coraje físico. Hay ocho fechas más. Pueden ocurrir muchas cosas…

(Salgueiro trae alegría contra Banfield)

Sí, conozco la novela del polaco Lem. Buenísima. A la altura de lo mejor de Asimov, Clarke, Heinlein. A mí me gusta en general el trabajo de Soderbergh, que nos dio su versión de ese cuento en 2002, pero esa película no me gustó mucho. Ni ella ni la actuación de Clooney y los demás actores están en la misma liga con el “Solaris” de Tarkovski.

Andréi Tarkovski fue un verdadero genio que supo hacer, con relativamente poco dinero, bajo la constante amenaza de censura y la pesadísima vigilancia de las autoridades soviéticas, una obra maestra tras otra. “Andrei Rublev” (1966) me parece una verdadera hazaña cinematográfica en todos los sentidos. Desde su genial “La infancia de Iván” (1962), asombró y desequilibró con su manejo del medio, de actores, con sus hermosos guiones, la bellísima fotografía y música de sus películas. Se puso a rodar “Solaris” después de trabajar codo a codo con Lem para crear la mejor posible adaptación (colaborando con el guionista Gorenshtein) de la novela, cambiando algunas cosas, añadiendo otras (sobre todo lo de mostrar la visita del psicólogo ‘Kelvin’ a la casa de sus padres antes de irse a Solaris) para el guión que entregaron a las autoridades gubernamentales en 1969. Los burócratas le pidieron más claridad y optimismo con respecto al futuro, también la omisión de cualquier referencia o alusión a un dios o al cristianismo. Tarkovski se resistió, y en general se salió con la suya. Es lindísima la película, con una especialmente buena actuación de Natalia Bondarchuk. Se ve perfectamente lo que mencionás sobre lo imposible que es para los seres humanos entender una mentalidad extraterrestre, y tal vez lo imposible que es para nosotros entender el infinito o la ausencia total de una idea del tiempo. El monólogo hacia el final, sacado casi directamente de la novela, que incluye lo siguiente, es de lo mejor de la película:

“No necesitamos otros mundos. Necesitamos espejos.”

(afiche ruso del “Solaris” de Tarkovski,1972.)

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FABIÁN:

Antes que nada te quiero decir que para mí toda la ciencia ficción sucede en el pasado. No sólo porque muchos de esos relatos realmente están fechados en el pasado, por ejemplo, 2001, Odisea en el espacio, sino porque el propio tiempo de narración es algo que siempre se lee como si ya sucedió (de la misma manera que el cine, en cambio, siempre parece presente puro). Vayamos, querido Viggo, a lo que te contaba sobre la nostalgia. Para mí la nostalgia es un sentimiento peligroso y depredador. Se supone que uno siente nostalgia de momentos felices pasados. Yo, por ejemplo, durante mucho tiempo, cuando tomaba varios whiskys, llamaba por fono a cualquier hora de la noche a la persona que vivía en la casa donde nací y de donde nos mudamos cuando yo tenía 18 años. La nostalgia es un sentimiento paralizador. En uno de los geniales cuentos de Ray Bradbury de la compilación titulada Crónicas marcianas, yo leo un ataque feroz contra la nostalgia. El relato se llama la Tercera expedición. Voy a tratar de resumirlo. Se está colonizando el gran planeta de arenas rojas y ya se han enviado dos expediciones de las que no se supo nada. Cuando finalmente amartiza la tercera, el capitán de la nave les habla a la tripulación y les dice que se manejen con cuidado porque no sé sabe qué les sucedió a las expediciones anteriores. Da instrucciones precisas “no nos separemos y no dejemos las armas”. Cuando finalmente bajan del cohete, los tripulantes se encuentran que los han venido a recibir sus familiares muertos. El capitán de la nave se emociona porque al pie de la nave lo están esperando sus abuelos y su hermano muerto. Cuando le pregunta a su abuelo (después de abrazarlo conmovido) cómo puede estar pasando esto, éste le dice: a nosotros también nos pareció extraño llegar acá después de muertos pero ¿por qué no? La cosa es que cada tripulante se va a visitar las casas que sus seres queridos tienen en el planeta rojo (que son réplicas exactas de las que tenían en la tierra cuando eran jóvenes) y terminan cada uno pasando la noche en familia. El capitán de la nave está extasiado por la forma en que hasta los banderines que tenía en su pieza de la infancia están replicados en el lugar exacto en la pieza donde ahora duerme su hermano muerto. La cosa es que se deja ganar por el amor y la reconciliación y cena con sus abuelos y su hermano y después, en vez de volver al cohete se pone su piyama viejo y se acuesta en la cama de arriba de su hermano. Antes de dormirse, piensa en el extraño día que acaba de tener y recuerda que dos cosas que se propuso no hacer y qué les dijo a sus tripulantes que no hagan, ya las había transgredido: no dejar las armas (la suya estaba en el vestíbulo, con su ropa de cosmonauta) y no separarse de los demás miembros de la tripulación (todos estaban en cada una de las casas marcianas donde moraban sus muertos). Cuando se da cuenta de esto lo atrapa una poderosa inquietud y se levanta de la cama. El hermano, con una voz extraña y poco amigable, le dice: “a dónde vas?”.

(tapa azulgrana de la primera edición de “The Martian Chronicles”, Ray Bradbury,1950)

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VIGGO:

No sé, Fabián, si la nostalgia es más peligrosa, menos peligrosa, o igual de peligrosa que la esperanza, lo que ansiosamente deseamos. Es que siempre nos nublamos, nos mentimos, les mentimos a otros sobre lo que ocurrió, ocurre, puede ocurrir. En el mejor de los casos nos confundimos en vez de intentar confundir. Incluso al pensar que contamos la verdad nos hacemos trampa, sin querer pero sin poder evitarlo. Es que no tenemos ni la menor idea de lo que ocurre. Lo esencial, para estar en paz y tranquilidad, es no preocuparse demasiado. Ahora y ahora y ahora y eternamente ahora es lo único fiable, y ese ahora se fue y se fue y se fue y no sabemos, no podremos saber nunca por más que un perfecto e instantáneamente obsoleto momento qué es lo que pasa, qué es lo que nos pasa. Lo que nos pasa pasó. Lo que pasó es algo que nunca entenderemos, que nunca podremos comprender exactamente cómo pasó. Lo que nos pasó, sea lo que sea, no es lo que le ha pasado a ninguna otra persona. Jodidamente bello, eso. Hermosa ignorancia. Habrá que rendirse ante ello, vivir en un grado de inocencia temporal, como los perros parecen hacerlo. No contar los minutos, las horas, los días, imaginar que no existen — o no imaginar que existen. Podemos saber definitivamente que San Lorenzo le ganó 1-0 a Banfield hace unos días, en nuestra cancha, pero cómo es que eso ocurrió exactamente… es imposible saberlo. Alguno podrá decir, desde su particular realidad inventada, que perdimos, o que nunca se jugó, o incluso que San Lorenzo no existe, que es sólo una ilusión. Bueno, a tal persona habría que arrinconarla y pedirle explicaciones, pero capaz que no sería posible encontrar a esa persona.

Estoy en Madrid ensayando una obra que se llama “Purgatorio”, escrita por Ariel Dorfman, como te contaba antes. Tiene mucho que ver esta obra con esto del tiempo, la imposibilidad de saber con exactitud lo que es el “antes”, el “después”, el “ahora” y el orden – si existe tal orden – de estos “tiempos”. La base de la obra es un encuentro, o una serie de encuentros sin orden fijo, sin fin, un eterno encuentro entre los personajes de ‘Jason’ y ‘Medea’ de Eurípides. Buscan perdonarse, perdonar al otro, sin trampas, sin condiciones, lo que resulta casi imposible. No recuerdan haberse visto, no recuerdan sus conversaciones de un encuentro al otro. Ni saben quiénes son. Cada vez que lo hacen mal, que no son completamente sinceros o que revelan quiénes son, tienen que volver a empezar la conversación o la interrogación de cero. La llamada cinta de “Moebius”, nombrada por el matemático August Möbius que hizo público su entendimiento de esta idea en 1858 (también en ese mismo año lo “descubre” independientemente otro alemán, Johann Listing), es parte del cuento de Dorfman. Hablando de las confusiones del tiempo, creo que Listing imaginó primero lo de esta cinta torcida que casi inexplicablemente solamente tiene una sola superficie o cara, y un solo borde, en julio del 1858. Möbius lo imagina en septiembre de ese año. O sea que en realidad, si respetamos la idea del pasado como algo que viene antes del presente (o antes de algo que llamamos el “después”), debería llamarse cinta o anillo de Listing.

¿Viste la película argentina llamada “Moebius” (1996), de Gustavo Mosquera? Todo ocurre en un más o menos inventado subte de Buenos Aires que no tiene destino fijo/fiable, donde la noción del tiempo es un lío bárbaro y el tren desaparece. La peli se basa en el cuento “Subway Named Möbius” de 1950 (mismo año del cuento de Bradbury que mencionaste), escrito por el norteamericano Armin Deutsch. En ese cuento (al igual que en la versión argentina de Mosquera) se construye otra vía de tren, una ampliación. Esa ampliación, en este caso en la red ferroviaria de Boston, llega a formar una cinta de Moebius que hace desaparecer el tren.

Hay muchos cuentos que tratan este tema de trenes perdidos, trenes que no llegan. Arthur Conan Doyle, autor de los cuentos en el que figura ‘Sherlock Holmes’, escribió un cuento llamado “The Lost Special” en 1908 en el que desaparece un tren. Bueno, también está ese inquietante cuento de Cortázar llamado “Anillo de Moebius”, donde una mujer es violada y vuelve, quiere volver, a estar con el que la violó. Un poco confuso ese cuento, pero interesante. Es uno de los cuentos en la colección llamada Queremos tanto a Glenda. Hace muchos años leí un cuento escrito por un autor mexicano en el que un tren nunca llega a la estación, se pierde en el tiempo de alguna manera, pero nadie se cansa y nadie parece darse cuenta que no está llegando. No recuerdo el nombre de ese cuento, ni del autor. ¿Te suena?

También estaba pensando en lo que dijiste acerca de los colores nuestros, del CASLA. Yo también los veo constantemente, en todos lados. Aeropuertos, baños, cuadros, fotos, en el cielo, los suelos, en colectivos, en afiches publicitarios, en películas todo el rato. Están como parte de la ropa o los objetos de mis personajes, a veces sin que me dé cuenta enseguida, porque los jefes de vestuario o los utileros o los que tienen que ver con el diseño de los rodajes que he vivido los han elegido. Pero también los cuelo frecuentemente, si me dejan, siempre y cuando tenga sentido en relación a los personajes y sus entornos, a propósito y con mucho placer. En películas como “La carretera” los he incluido sutilmente (las medias que tengo puestas en la última escena de mi personaje), pero también aparecen por su cuenta, como en las columnas del abandonado, medio quemado parque de atracciones que visito con el niño en una escena lluviosa.

Hay algunos médicos que usan los colores en la psicoterapia. Dicen que el color azul tiene la capacidad de tranquilizar, de calmar la respiración, de bajar la tensión. El rojo tiene el efecto opuesto. Será por eso que sufrimos tanto, que somos tan esquizofrénicos a veces los que amamos la combinación azulgrana.

Por cierto: ¿viste “Existenz” de Cronenberg? Esa pequeña joya del cine independiente tiene un cuento parecido al de “Matrix”, pero es mucho más inteligente.

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FABIÁN:

Querido V: me quedé pensando en la geometría engañosa de la cinta de moebius. No vi la película de la que hablás pero siempre me intrigó ese círculo que gira sobre sí mismo, como si fuera un perro que se muerde la cola. La idea de que el mundo puede ser un lugar enigmático es una de mis sensaciones favoritas. De golpe, un tren toma una vía equivocada y desaparece para siempre, o un boomerang que habíamos arrojado desde una terraza en nuestra adolescencia nos cae de golpe, en la vereda repleta de hojas secas, cuando le enseñamos a caminar a nuestra hija. Ahora me acuerdo del experimento Filadelfia ¿sentiste hablar de eso? Hay una película producida y  guionada por John Carpenter que habla de esos extraños sucesos. La cosa va de que durante la Segunda Guerra Mundial los científicos de la US Navy lograron hacer desaparecer al destructor Eldrige mediante el uso manipulado de la antimateria. La idea era buscar volver invisible para los nazis a la armada aliada. Pero algo salió mal -según el mito- y el barco que hicieron desaparecer mediante el uso de los campos electromagnécticos no sólo se esfumó sino que apareció muy lejos,  en Norfolk. Los testigos dicen que cuando volvió a ser visible el Eldrige, muchos de sus tripulantes se habían vuelto locos y algunos, por vericuetos de la materia, estaban unidos con su propio cuerpo al acero del barco, como siameses producidos por la radiación. Relatos posteriores dicen que los que llegaron al hogar después de esta traumática experiencia desaparecieron incluso atravesando las paredes. Genial.

Yo volví a vivir el síndrome del Experimento Filadelfia cuando la selección del Gordo enfrentó a Alemania en el último Mundial. ¿Qué logró nuestro DT en tal infausto partido? hacer invisible a todo nuestro mediocampo, incluyendo a Messi y también a los dos marcadores de punta, logrando que los alemanes pasaran como rayo y metieran goles como si hicieran molinete con el metegol.

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VIGGO:

Sí, tenés razón. Un misterio ese partido en Sudáfrica contra Alemania. Y con toda la carga emocional, la energía de previas derrotas claves ante los alemanes — Diego en la final del mundial de 1990, con sus lágrimas de nene que no entiende después ni el cómo ni el porqué, y en 2006 con el joven y brillante Messi extrañamente abandonado en el banco de suplentes por Pekerman en ese partido tan importante…  supongo que era mucho pedir que las cosas se hicieran con tranquilidad y confianza en 2010. Yo estaba trabajando cerca de Munich, y vi como la tele y los diarios en ese país lo atacaron brutalmente, personalmente a Maradona toda la semana previa al partido entre Argentina y Alemania — y cómo se rieron después de la contundente victoria contra la asustada y desorientada selección albiceleste. Palpable y exagerado el desprecio de los medios teutones hacia Diego y el equipo argentino. Muy triste.

(Don Julio y Pekerman)

Esto de los que se enloquecen en su nave perdida en la peli de Carpenter me hace pensar en el ensayo rarísimo de hoy en el teatro. Rarísimo para mí, al menos, porque nada me salía bien aunque mi compañera de reparto hizo su trabajo muy bien y me ayudó todo lo que pudo. Me sentía tan torpe, como si hubiera puesto en marcha al arrancar la sesión un mando que iniciaba mi autodestrucción. Tenía la lengua como un flan y todos mis movimientos eran torpes, no me salía el texto, mi voz no tenía fuerza, me sentía embrujado, paralizado. Un desastre. Queda poco para el estreno, y ahora no sé nada, pero nada. De repente me doy cuenta que tengo que empezar de cero. Te escribo a las 2 de la mañana. Pronto intentaré de nuevo, a ver si va mejor la cosa en el próximo ensayo, a ver si no es permanente mi boludez escénica. Supongo que la mala racha que ha sufrió recientemente el CASLA fue así para los jugadores. Hacen las cosas bien, salen para jugar bien, con entusiasmo, con garra… y las cosas inexplicablemente no les salen o se van a la mierda. Darle la vuelta es una ciencia, más bien una especie de brujería positiva, requiere una mentalidad totalmente relajada, sin ambición…

“Silencio en la noche/Ya todo está en calma/El músculo duerme/La ambición descansa…”

(Genial esa canción, “Silencio”, de 1932. Tiene tanta emoción la versión cantada por Gardel. Los cinco hermanos muertos en la guerra, la primavera después, la madre que se queda sola…)

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Silencio
Música: Carlos Gardel / Horacio Pettorossi
Letra: Alfredo Le Pera / Horacio Pettorossi

Silencio en la noche.
Ya todo está en calma.
El músculo duerme.
La ambición descansa.

Meciendo una cuna,
una madre canta
un canto querido
que llega hasta el alma,
porque en esa cuna,
está su esperanza.

Eran cinco hermanos.
Ella era una santa.
Eran cinco besos
que cada mañana
rozaban muy tiernos
las hebras de plata
de esa viejecita
de canas muy blancas.
Eran cinco hijos
que al taller marchaban.

Silencio en la noche.
Ya todo está en calma.
El músculo duerme,
la ambición trabaja.

Un clarín se oye.
Peligra la Patria.
Y al grito de guerra
los hombres se matan
cubriendo de sangre
los campos de Francia.

Hoy todo ha pasado.
Renacen las plantas.
Un himno a la vida
los arados cantan.
Y la viejecita
de canas muy blancas
se quedó muy sola,
con cinco medallas
que por cinco héroes
la premió la Patria.

Silencio en la noche.
Ya todo está en calma.
El músculo duerme,
la ambición descansa…

Un coro lejano
de madres que cantan
mecen en sus cunas,
nuevas esperanzas.
Silencio en la noche.
Silencio en las almas…

Bueno, hablando de guerra, ayer la banda político-militar ETA dijo en un comunicado para la televisión que ya dejaba las armas definitivamente. A ver si es verdad, y a ver si los políticos en España dejan de hacer tanta política con las riñas ideológicas en el País Vasco y aprovechan todo lo posible esta oportunidad para buscar la paz.

Ahora me voy a dormir.

¡Gracias por la charla, Cuervo!