Saber perder

Viggo Mortensen

5/3/2012

Hay que saber perder con dignidad. Es lo que hacen los más grandes, y es mucho más importante (difícil) que lo de ganar con dignidad. No lo han sabido hacer algunos de nuestros jugadores ante Boca Juniors en el clásico que se jugó en nuestra cancha el 4 de marzo, y no lo hicieron algunos de nuestros hermanos hinchas. No importa si algunos de los rivales y sus hinchas se portan mal o provocan. Hay que ser más grandes que ellos, más guapos y más inteligentes. Al hijo siempre hay que darle el mejor ejemplo. Uno se puede desahogar sin caer en la violencia que solo demuestra la inseguridad y la falta de coraje del mal perdedor. ¡Qué pasó con nuestro famoso aguante? De eso se trata a veces, de aguantar los malos resultados, la mala suerte. Perdimos. Aunque no jugaron muy bien – casi tan mal como nosotros – hay que reconocer que Boca mereció ganar. Es lo que hay en tiempos de vacas flacas. Tuvimos nuestras oportunidades, pero no nos salieron las cosas como nos hubiera gustado.

Yo estaba furioso, muy deprimido. Vi el partido en mi compu, en el restaurante de una estación de servicio cerca de Boston, EE. UU.  La gente me miraba, sentado ahí con mi remera de San Lorenzo portándome como un loco, hablándole a la pantallita, gritándoles a los jugadores. ¡Qué hace lamentándose e insultando la compu en castellano este idiota? Claro que no entendían nada. Quería romper cosas, quería peler con alguien. Pero no lo hice. Justo después del gol de Mouche a los 86 minutos del partido, un niño de unos seis o siete años pasó al lado de mi mesa. Tenía una campera azul y amarilla, y le habré mirado con una combinación de incredulidad y enojo total porque se asustó y corrió a sentarse con sus padres que estaban comiendo hamburguesas al otro lado del restaurante. Se puso a llorar, señalándome. No sé que les dijo, pero los padres me miraron como si quisieran matarme. No pasó nada, pero me di cuenta de lo estúpido que había sido mirarle así a ese pobre pibe simplemente porque llevaba los colores de los bosteros. Seguro que esa familia no sabe nada de San Lorenzo o de Boca Juniors. Si yo hubiera podido estar en nuestra cancha sufriendo el partido en vez de verlo en ese lugar tan lejos y fuera del contexto del clásico, probablemente me hubiera contagiado aún más la furia cuerva. Pero no creo que me hubiera peleado con nadie. Y si lo hubiera hecho, me hubiera dado vergüenza después.

Cuando estuve en la popular de la cancha de Racing para el partido contra Boca en el triangular en diciembre de 2008, terminé muy enojado y triste, como todos los hinchas del Ciclón. Fue el colmo perder ese partido, después de un torneo lleno de injusticias arbitrales que parecieron favorecerle a Boca una y otra vez, las frustraciones con la AFA y su capo Grondona por el sorteo tan raro que manejaron… tantas cosas, tanta rabia. Pensé en el partido que había visto en Rosario, donde el “Ogro” había hecho posible el empate para Newellsque si hubieramos ganado ese partido seríamos campeones, si esto y lo otro hubiera salido diferente… los 8 puntos de ventaja con respecto a los bosteros que habíamos desperdiciado… si esto, si lo otro…

Había llegado ese mismo día para ver el partido contar Boca desde Nueva York con mi hijo – la primera vez que él había estado en Argentina. A Henry ya le gustaba San Lorenzo porque yo le había contado y mostrado todo lo que sabía sobre el CASLA desde su infancia. Había visto partidos conmigo en la t.v. y en la compu. Vió y celebró el increíble partido de copa contra River en el que Bergessio jugó como un dios envenenado y logramos esa remontada histórica. También había visto como a veces me quedaba callado y deprimido días después de las derrotas. Sabe que casi no paro de pensar en San Lorenzo, hablar de San Lorenzo. Durante toda su vida le he regalado remeras, calcos, llaveros y cualquier cosa del CASLA, como lo he hecho con mis sobrinos y los hijos y las hijas de amigos en EE. UU. y en otros países. Henry se crió siendo testigo de lo que es la locura y el amor por San Lorenzo. Lo que me dijo al final de ese partido del triangular en la cancha de Racing, viendo que los cuervos seguían cantando y llorando, aplaudiendo a nuestros jugadores cuando se despedían, fue lo siguiente:

“Papi, siempre me ha gustado San Lorenzo porque vos sos de San Lorenzo. Si le hubiéramos ganado a Boca hoy y salido campeones, hubiera sido lindísimo. Siempre he querido que gane San Lorenzo, porque me gusta verte felíz. Ahora que estoy acá con vos y veo como siguen cantando después de perder, ya no solamente me gusta San Lorenzo –soy de San Lorenzo. Ahora entiendo, Papi.”

Le di un beso, y me quedé mudo. Fue hermoso. Valió la pena el viaje, valió la pena perder y tener que aguantarlo. Tener un hijo capaz de decir algo tan lindo, tan elegante, me hizo sentirme orgulloso como padre y como cuervo. Claro que a la salida del estadio cuando un periodista me preguntó que iba a hacer después de tal derrota, me enojé un poco y le dije: “Voy directo a la esquina de San Juan y Boedo con mi hijo para ver si nos robaron los faroles también.” Pero no le pegué y no lo puteé. No digo que no me haya portado mal algunas veces, pero reconozco que la dignidad (y a veces una respuesta ingeniosa si cabe) para los desencuentros y los malos momentos en el fútbol y en la vida siempre son preferibles a la violencia física o verbal. No siempre logro serlo, pero quiero ser un cuervo noble pase lo que pase, para que cuando salgamos campeones de nuevo merezca aún más sentirme orgulloso como hincha. En las buenas y en las malas, adonde vayas Matador, contigo siempre voy a estar. No hay otro equipo como el nuestro. No hay otra hinchada en el mundo como la nuestra. Conocemos la euforia y conocemos el dolor. Sabemos ganar, y sabemos perder. No hay nada más grande y noble que el corazón cuervo. De esta también saldremos adelante, y los que entienden nos van a respetar.

AGUANTE CICLÓN